II.
Volvamos a lo del odio, que hasta ahora por cierto, fue para ustedes un odio infundado. Y lo seguirá siendo hasta que salde mi deuda de aclarar quien soy. Pero como ya he dado indicios de mi bajeza, hasta ahora inconsistente, me permito (esta vez consiente eso si) mantener el misterio que asumo los ha traído a leer hasta aquí, pues para quien haya dejado de leer antes, no será necesaria tal aclaración.
Estábamos en que me dejé seducir en mi inmadurez, por un camino que prometía estar lleno de lujos y satisfacciones pero que jamás habló de la moral o de la ética. O bueno quizá habló, pero en una visión deformada que lejos de normar mi propia moral, no hizo más que engrandecer la imagen en mi espejo. Creo que estoy siendo demasiado etéreo para estás alturas. Podré un ejemplo para aterrizar la idea.
Trabajo con el dolor. No como herramienta, pero esta relacionado a lo que hago. ¿Sabían ustedes que el quejido que genera un dolor moderado en una mujer es muy similar al que produce cuando siente placer? Bueno ahora lo saben. ¿comprenden ahora por que me aborrezco? Seré aún más claro. Cada mujer que se quejó durante la práctica de algún procedimiento por mi realizado, no me generó compasión, que es lo que, según la moral y el sentido común, me debía de haber generado. Por el contrario, me genero una imagen mental de connotación plenamente sexual. Incluso en personas que para mi fueron detestables.
Creo que fueron precisamente estas imágenes mentales, las que me llevaron a intentar seducir a mujeres que yo mismo detestaba. Podría decir también, que fueron mis incansables inquietudes científicas las que me llevaron en un intento de comprobar mi "teoría del gemido dolor-placer", que de otra forma no podría haber sido comprobada. Pero no. Sería otra bajeza más. Sin duda es algo de los rasgos psicóticos de mi personalidad lo que me lleva a aquellos actos.
En una de estas ocasiones fui capaz de llegar aún más lejos. Intenté seducir nada menos que a la mujer de mi amigo. A ella también la detestaba. Por fortuna no dio resultado. Perdí la amistad de él y la simpatía de ella, pero al menos entre ellos se mantuvo el amor. Creo que fue lo mejor para los tres.
Continuaré por aclarar (por si es que a alguien le queda alguna duda) que engaño a mi esposa. Si no la engañara, no podría estar con ella. Bueno conceptualmente, tal vez ni siquiera es un engaño y podríamos clasificar mi acto con esa disculpa barata de la omisión. En tal caso podemos decir que ella no sabe que me acuesto con otras mujeres. He llegado a sentirme enfermo por lo que voy a explicar y en modo alguno pretendere lograr su compasión (la de ustedes digo) o empatia. Lo cuento por que me da la gana y por que me parece digno de análisis.
Nuestra relación es cíclica y siempre llega a un punto en el que yo pierdo el interés y ella el encanto. Es entonces cuando la engaño. Las primeras veces lo hice con culpa, con remordimiento y con Dolores, una compañera de trabajo con quien sienpre hubo una innegable atracción física. Las primeras veces pensaba en nuestra hija, en la familia, en la señora Juanita (no se por que pensaba en ella, pero pensaba) en dios. Pero de a poco me fui acostumbrando a la culpa, aceptandola, queriéndola. Por fin he terminado de entender que es precisamente la culpa la que me hace volver a querer, volver al centro, encontrar esa imagen en el espejo de hombre resuelto y digno de admiración al punto de volverme romántico.
Me ocurre también siendo infiel, algo sumamente curioso. He vuelto a juntarme con mi ex esposa. Será adecuado contar que tengo dos hijos de un primer matrimonio con Elena, a la que conocí exactamente de la misma manera que a Carla. Duramos veintiséis años casados, que no es poco. A ella también fui infiel antes de Carla. El interés con Elena, se perdió sin embargo mucho antes de eso. Ambos quisimos permanecer juntos por nuestros hijos, pero una vez que ya estuvieron crecidos a ninguno de los dos le costó mucho trabajo la separación. Hacía ya año y medio que no teníamos relaciones y habíamos caído en la negación más absurda en las que incurren las parejas, la de separar las camas. Durante ese periodo ni la culpa fue capaz de devolverme el interés. Dejamos incluso de besarnos en la mejilla en el saludo, que fue reemplazado por un ademán hosco y desabrido. Su humanidad se volvió completamente indiferente hacia mi. Eso mucho antes de que me interesara por Carla, que para esos años era hija de su mejor amiga. (Se lo que piensan, habrán llegado a la deducción barata de que Carla es bastante menor que yo. Brillante, mis felicitaciones, veinte años para que agreguen el dato) El punto es que he vuelto a juntarme con ella (con Elena). ¿Y que hay con eso? dirán ustedes (los que aún sigan leyendo), es que es Elena, a quien yo había incluso suspendido el contacto corporal en el saludo. Convengamos que, si ha tenido cambios a lo largo de los años, la lógica dice que no pueden haber sido mejoras. A lo sumo una baja ligera de peso, pero el resto de ella sólo empeoró. Y sin embargo ahora que ya no estuvo más a mi alcance, después de que me aburrió incluso el hecho de pelearnos, ha vuelto a despertar mi interés.
Bueno como supondrán, tengo mi teoría al respecto. Ahora Elena es algo prohibido.
Aunque no debo relacionar éste hecho directamente con lo del odio antes citado, no por que crea que el engaño no sea en sí un hecho repudiable, sino sólo por que no es público.
Llevo tiempo tratando de hablarles del odio ( siempre es dificil hablar tratar estos asuntos) y no he hecho más que desviarme con temas que considero justo sepan de mi antes de cualquier juicio.
Dije que hubo indicios, y si que los hubo. Una vez alguien (mi hermana) refirió mis datos a un conocido suyo (su mejor amiga) que necesitaba de mis servicios. Los roles han sido modificados para evitar que personas de la realidad sean reconocidos, sobre todo ella (Teresa) que calzaba tan bien con lo de la "teoría del gemido dolor-placer". Además a Teresa le mire el pecho izquierdo casi completo sin que se diera cuenta.
A mi "hermana" le pregunté luego de unos días por los comentarios de su amiga luego de que estuviera conmigo. Y ella, siempre desde la mirada interpretativa del psicoanálisis (desde que es psicóloga, creo que me analiza todo el tiempo) dijo: Sigmund (pondré un nombre cualquiera para no develar aún el mío) a nadie puede gustarle lo que tu haces, si no fuese necesario, nadie buscaría tu servicio.
Hay alguien que trabaja conmigo. Hay alguien que trabaja para mi. Hace cinco o seis veces en cantidad de trabajo lo que hago yo. Le pago por ello menos de la décima parte. Debería odiarme (yo me odiaría si fuese ella) pero no lo hace, ve en mi una especie de ser superior. Dice que en el mundo debiesen haber más personas como yo.
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