Esa cueca, que no fue la consentida ni el guatón Loyola, sino "Mándame quitar la vida" en la voz de Carmen Correa y el elenco de "El Cinzano", fue por lejos la más sentida en toda mi vida hasta ese momento. Por extraño que parezca, ahí con todo el personal mirando, Sagredo, Lestat, Aguirre, Pablo, Santini y los demás, cada paso, cada movimiento, cada mirada fue desde el alma. En ese baile dije mucho más a Mariana de todas las veces que hablamos.
Por desgracia la cueca se detuvo después de que Ordoñez, en un intento por articular un cajón de percusión, derribó unas cajas que había apiladas para una entrega el lunes y Aguirre se enfureció y detuvo de inmediato todo el tiquitiquiti reinante en ese momento.
El sábado pedí a Lestat que me ayudara a espiar a Mariana. Necesitaba saber si realmente habían pasado a segunda base con el argentino y mi amigo tenía ya algo de experiencia en el tema.
El primer problema que tuvimos fue que, cómo Lestat venía saliendo de una de sus peores crísis matrimoniales, tuve que dar cuenta detallada a Laura, su esposa, casi por completo, de la forma, fondo y horarios del procedimiento y someter a su juicio el móvil del mismo. Obviamente fue omitida de la descripción lo de la experiencia anterior de mi amigo y reemplazada por mero apoyo moral.
Lo segundo fue el vehículo que se utilizaría para concretar el hecho. Es verdad que podríamos haber ejecutado el plan utilizando algún medio de transporte público, pero de ser así, habría sido muy arriesgado en el caso que se necesitara huir por algún imprevisto, además de que, dada la precariedad de su coordinación, corríamos el riesgo de salirnos ampliamente de los márgenes de tiempo autorizados por Laura para el comandante operaciones.
Mi auto Mariana lo conocía perfecto y Lestat llevaba un tiempo de haber tenido que vender el suyo durante el último apuro económico. Después de una negociación que incluyó un asado el siguiente fin de semana y un par de javas de cervezas, logramos conseguir prestado, el vehículo del vecino de mi amigo. El problema era que el auto de Bruce, era por lejos lo menos discreto que podríamos haber encontrado. Motor con turbo, gráfica estilo tuning y un equipo de música con sub buffer capaz de hacer bailar a un barrio entero, que a diferencia de los tubos verdes fluorescentes laterales, este por último se podía apagar.
El tercer problema que tuvimos fue que, con toda la electrónica adicional, el Fiat Uno tuneado de Bruce se quedó sin batería una vez que lo hubieramos apagamos justo frente al piso donde vivía Mariana y lejos de toda la discreción que se precisa para estos casos, mi amigo y yo tuvimos empujar y dar partida en segunda. El hecho no terminó de empeorar hasta que Santini que venía doblando la esquina muy del brazo con Mariana, se ofreció muy amablemente a colaborar con el empuje que para colmo nos resultó sólo después de varios intentos.
Ayer lunes Pablo nos ofrecio a Lestat y a mi acercanos al tren. En el camino nos contó que en diciembre se casa, que la Ignacita ya le tiene la soga al cuello y que el también está un poco desesperado por que, como la familia de ella es de los Opus Dei, no ven con muy buenos ojos el que se vayan de vacaciones juntos. Lestat en uno de sus comentarios más célebres de esta semana añadió -¿osea que don Pablo aún no le ha entregado la flor a la niña? Por suerte lo hizo una vez que ya nos bajábamos el Volvo. Yo creo que Pablo no escuchó.
Hoy a primera hora encontré un sobre blanco sobre mi escritorio. Pero Mariana aún no había llegado. Lo miré un buen rato rogando que tuviese un papel engomado dentro con alguna palabra aún que fuese ofensiva. Luego lo guardé pensando en que, dada mi experiencia anterior, el sobre debía ser abierto en mi casa, pero no me contuve. Fueron quince minutos que se sintieron como cuarenta y cinco.
Ni papel engomado ni rastro de Mariana , era el parte de matrimonio de Pablo D'Aguirre. Por inexplicable que parezca yo era uno de sus trescientos invitados.
El domingo, después del papelón frente al piso de Mariana, Roberto me invito a almorzar al centro comercial. El no entendía como, tratándose de uno de los tres más grandes de latinoamerica, yo aun no lo conocía. Roberto suele ser presa fácil del consumismo, "hay que estar atento a las oportunidades que da el mercado" dice. Es de los que colman la entrada de los centros comerciales recién construidos para ser de los primeros en comprar, o de los que forman desde la noche anterior a algún lanzamiento de la última versión de un aparato tecnológico que no siempre está a su alcance. Yo, que a fin de mes nunca tenía muchos excedentes como para dar rienda suelta a mi libre mercado, había tomado cierta distancia de ese tipo de lugares y a esas alturas ya francamente me incomodaban.
En efecto el lugar me pareció más que nunca, asficciante. Música, luces, gigantografías, mesas pegadas y rebaños de millones de individuos transitando por escaleras mecánicas que eran transportados de uno piso a otro, de una tienda a otra con el único objeto de consumir. Palmeras y piletas artificiales como señuelos para atraer a quienes aún no se sentía por completo en su ambiente y gente apurada disgustada, niños aburridos, mañosos e incómodos. En el persa por último uno regateaba, bromeaba con el locatario o escuchaba las comúnmente desfachatadas conversaciones entre ellos. En el persa por último, yo también disfrutaba de mi compañía.
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