Ayer Pablo llegó diciendo que nunca pensó que el matrimonio era tan difícil y que la Ignacia, desde que se casaron, lo tiene cortito, como si el casarse le hubiese dado cierto sentido de propiedad sobre su persona, que ahora tiene que dar razones si llega más tarde o más temprano, que ya no es dueño de su propia economía y que tiene que repartir su tiempo libre entre visitar a sus padres o a los de ella.
Sin contar las dos semanas en Punta Cana, Pablo llevaba casi dos meses casado con la Ignacia, pero me dijo que se le habían hecho cómo dos años y que antes de hacer "vida de casado", se sentía mucho más libre. Yo, que igual presté atención a su relato, por ser este un tema que siempre me ha interesado, no terminaba de entender como un simple trámite podía cambiar tanto la dinámica de una pareja como la que formaban Pablo y la arquitecto.
Ramiro Santini llegó preocupadisimo por habernos dejado plantados el domingo en la parada gay. A Mariana en realidad. Hoy a primera hora me preguntó si es que a la chica le gustaban los peluches. Con Mariana tuvimos un par de conversaciones a cerca de lo pasados de moda e inútiles que estaban hoy ese tipo de regalos. No por nada habían desaparecido tiendas como Village, otrora infalibles a la hora de conquistar. Y para que hablar de esos incómodos regalos de primer, segundo o tercer mes de pololeo, de los que, por tener un valor sentimental uno no podía deshacerse, pero que resultaban en una de las formas más inútiles de ocupar el espacio. O de los que algunos entusiastas aficionados a la decoración de interiores, colocaban amorosamente detrás del vidrio trasero de un auto o sobre el tablero de un taxi. En fin, ejemplos había muchos. Yo no se si en la Argentina se usaba o si al tipo le trajo antes buenos resultados y a pesar de que sabía perfecto como pensaba Mariana a cerca de ese tipo de regalos, me pareció tan bajo el que hubiese dejado plantado a Sagredo después de que el viernes celebrará casi exageradamente su invitación, que le respondí que si, que ojala fuera grande y tuviese algún corazón con un mensaje, que con eso se iba a la segura. Creo que exagere la nota, por suerte no me hizo caso.
A Sagredo otra vez se le subieron los humos. Hoy intentó hacer que nos comprometieramos para participar en un evento contra la eliminación de la plaga de palomas en plaza de armas, bajo el lema "salva tu paloma". Así tal como suena. Como si uno no tuviera nada más de que preocuparse. Lestat, que para estás cosas no escatima en creatividad, le pregunto si es que estaría presente "el palomo" que era un personaje de la farándula local, con quien la vida últimamente había sido algo más ingrata. Dijo que el muchacho era un ejemplo de superación para todas las palomas, y que si él fue capaz de comenzar de nuevo, era lo que tenia que hacer cada paloma discriminada. Por absurdo que parezca, el odio xenofobico a las palomas fue tema de conversación durante toda la mañana en Romano. Y a mí, que me parecía en una cuestión tan poco relevante terminé igual dando mi punto de vista. Sin pretender caer en absoluto en una comparación desdeñosa, al igual que con los inmigrantes peruanos, yo creía que los fenómenos xenofobicos se fundaban netamente en una cuestión de cantidad. Si la paloma hubiese sido una sola y especie en extinción, seria admirada y cuidada por todos y nadie hablaría de sus características negativas.
Mi tesis se planteaba en que si los inmigrantes hubiesen sido ucranianos, en igual número, nos sentiríamos invadidos de la misma forma en que nos sentimos invadidos por nuestros vecinos o por las palomas. Ordoñez a quien siempre le han fascinado las rubias, se imaginó el cambio y me discutió obstinadamente toda la mañana, de que habría sido muy distinto.
A mi padre nunca lo vi mucho. Siempre supe que estaba trabajando. De la generación del cuarentaidos, parece ser que, lo que él aprendió de niño, era que el hombre tenía un rol de proveedor puro en la familia. Producto de ésto trabajó cuanto pudo. Doble jornada, horario extendido, sábados, incluso turnos de guardia. Yo desde niño jamás entendí muy bien cual era la urgencia por terminar de construir edificios si ya había tantos. Podía entender que en un hospital, el horario de atención fuese continuado o de que en una comisaría, carabineros hiciesen turnos con tal de que jamás se interrumpiese su servicio, pero nunca vi muy clara la razón para que mi padre dedicara tantas horas de su vigilia al trabajo. Un domingo nos llevó orgulloso a providencia, a mirar un edificio del que había participado en su construcción. Yo que tenía cinco años y que en ese entonces lo veía como un verdadero héroe, le pregunté si ahora que estaba terminado, nos mudariamos a vivir ahí, él rió con resignación y dijo que, ni con todo el dinero que había ganado en su vida, podría juntar lo que valía uno sólo de esos departamentos. Gracias a su esfuerzo a mi hermana y a mi nunca nos faltó nada más que un padre mas presente.
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