Allá abajo
( Capítulo 12 )
Siempre me llamó la atención, como los eventos matrimoniales cuyo precio podía variar ampliamente, podían resultar en algo prácticamente igual uno del otro. Yo venía de una edad en la que casi la totalidad de mis ex compañeros de colegio se casaron y por haber mantenido contacto estrecho con algunos de ellos, y sumando primos y gente del trabajo, tuve una racha de matrimonios de unos veinte al año, por varios años.
El de Pablo D'Aguirre no fue tan distinto tampoco. Ceremonia bien apurada, cóctel, discurso, brindis, cena, vals, liga, ramo, presentación con fotos, barra libre, cotillón y baile. Todo en un riguroso orden y similitud.
No podría quejarme si. A la mayoría de ellos asistí con Mariana y de ninguno podría decir que lo pase mal. Solíamos hacer competencia de quien aparecía en más fotos, y aún cuando ninguno de los dos creía mucho en el matrimonio, éramos férreos competidores por la liga o el ramo. Según mi hermana, toda mujer, aunque no lo admita, desea casarse algún día. Yo creo que Mariana como para muchas cosas, era la excepción a la regla. Al igual que yo, pensaba que era mera formalidad sin ninguna garantía de nada.
Ese matrimonio, para mi si tuvo algo distinto, mi acompañante no fue Mariana. A pesar del consejo de Sagredo de que mi dama de compañía hubiese sido Carol, una neumonia de su chiquitito coartó lo que podría haberse convertido en una buena oportunidad para despertar sus celos y tuve que asistir sólo.
Si hay un instante en la vida, en que el realismo mágico femenino conquista a la subjetividad concreta del hombre y le permite ver una dimensión distinta de la realidad, debe ser cuando se convence al marido de que lo mejor que puede hacer para rejuvenecer su aspecto, es dejar que le tiñan el pelo. Instancia similar y que, al igual que la anterior, dificilmemte pasa desapercibida, es cuando lo convencen de usar zapatos con taco interior. Bueno, Sebastian D'Aguirre a consejo de su señora esposa, el día del matrimonio, aunque cueste creerlo, reunió las dos.
Otra particularidad que también me resultaba común en los eventos de este tipo, y que me costaba entender, y que tampoco estuvo ausente, son los espectáculos artísticos que tienen como protagonistas a los novios. Si el pastelero debía dedicarse a los pasteles, el escultor a las esculturas o el peluquero a cortar el pelo, ¿por que Pablo D'Aguirre, que era ingeniero comercial y la Ignacita recién egresada de arquitectura, tenían que transformarse en bailarines esa noche? Este tipo de cosas eran de las que más disfrutábamos de comentar con Mariana. No precisamente por la belleza artística del espectáculo, sino por lo insólito y alejado que podía llegar a estar del sentido real de la celebración.
No todo fue tan malo. Al momento del baile hice mi dupla con la sra Gina, que era la otra que andaba soltera y que feliz accedió a practicar sus pasos conmigo. Con Mariana teníamos un movimiento táctico que nos protegía a ambos. Cuando la pista era muy estrecha y los codazos no nos permitían realizar nuestros movimientos favoritos, cambiabamos de lugar a una seña táctica acordada previamente. Una vez cambiados los lugares, repartimos codazos y pisotones a quien nos estuviera presionando y cuando la víctima estuviese lo suficientemente irritada, volvíamos a cambiar de lugar a la señal. De esa manera lograbamos que nadie nos molestara mucho bailando. Lo teníamos tan integrado que el intercambio salía prácticamente espontáneo.
Una vez en la pista, con la sra Gina yo quise efectuar el cambio de lado, pero por más señas que proporcione, mi compañera en ese momento nunca entendió bien mis intenciones y en virtud de que había sido presa ya de varios codazos y pisotones, tuve que caminar bailando hasta posicionarme tras ella y justo cuando la tenía tomada de la cintura para girarla hacia mi, el resto de la pista interpretó equivocado y de la nada se formó un trencito que recorrió tres vueltas completas incluyendo novios y padrinos, con la señora Gina al frente y yo como maquinista, que con tal meritorio acto, quedé fichado como alma de la fiesta.
Después de eso y como era lógico, salí posando en varias de las fotos familiares y dos jovencitas primas de la familia de la novia me acompañaron en la pista el resto de la noche.
Para el final del evento, Ramiro Santini, que presa de la barra libre y de una apuesta con los amigos de Pablo en el nombre de Argentina, iba ya por su noveno vaso de vodka golpeado, no estuvo en condiciones de ponerse de pie cuando prendieron las luces y Mariana, que al igual que yo, había tomado por falta de costumbre cierta distancia al alcohol, accedió a irse conmigo en el suzuki verde agua.
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