martes, 6 de octubre de 2015

Capítulo 10

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( Capítulo 10 )

Don Sebastian se acercó hasta mi escritorio esta mañana. Me dijo que si yo había notado que Santini y Mariana tenían algo. Que los había visto llegar juntos varias veces. - y tu sabes Martin, lo que opinan en el directorio de las relaciones entre funcionarios.  Es curioso como Sebastian D'Aguirre habla de "el directorio" para referirse a si mismo, por que hasta aquí, los españoles, que desde hace un tiempo son dueños de la empresa, no se han molestado en aparecer más que a través de la contraloría que hace Santini. A pesar de que el comentario en ese momento me cayó como puñalada en los testículos y que yo podría haber puesto palos a la hoguera, para que cambiaran al contralor por malas prácticas,  habría sido una jugada sucia y poco caballerosa.  Entonces dije al directorio,   -pierda cuidado don Sebastian, a Ramiro Santini le gustan los hombres, para mi que con Alvarez no son más que buenos amigos. Creo que estuve bien. 

El pelmazo de Pablo D'Aguirre se compró bicicleta hace una semana y viene insistiendo desde hace dos en que salgamos a pedalear juntos. -oye Alday, me quiero comprar una bici por que estoy muy guatón para el matrimonio. -oye Alday, el directorio dijo que tu podías saber. -oye Alday,  ¿conoces alguna marca de bicicleta que sea buena y no tan cara?         -Alday, la bici. -listo Alday,  me la compré,  me la entregan el martes. Si Pablo supiera la cantidad de veces al día que yo lo insulto en silencio, probablemente no insistiría tanto en que fuesemos amigos. Pero bueno, la insistencia fue tal, que el domingo siguiente salimos a pedalear. Le propuse ir al cerro San Cristobal.  Solíamos hacer ese paseo con Mariana. Aunque no es la originalidad misma, a ella le gustaba por que  decía que en cualquier momento te rebasa una gordita de esas que parecen venir saliendo de una cámara hiperbarica,  y eso la motivaba.  Yo le discutía que, el cerro se llena de tipos sin ningún estado físico pero con equipo como para correr el tour de Francia. Me resulta particularmente curioso como el chileno promedio se esfuerza en construir, con ponchera y todo, una imagen de "tipo pro" para los deportes. Tiempo atrás leí un cuento breve a cerca de un par de "guatones" de esos que usan camisetas de clubes y lentes deportivos que grafica perfecto esta idea, lástima no acordarme del título o del autor.

Resultó que Pablo era uno de esos tipos. Entre lentes, casco, malla y bici, tenía fácil unos tres millones de pesos, ni por asomo cercano a los cincuenta mil que pague en el persa por la mía, después de un audaz regateo de Mariana en mi favor. Según confesó Pablo, cuando ya íbamos caminando luego de unos doscientos metros de subida, hacía como quince años que no tomaba una bicicleta, así que por muy poco que pese la fibra de carbono y lo mucho que ayude a la aerodinámica la tela con escamas de la malla, pudimos cubrir sólo las tres cuartas partes del cerro, caminando y en el transcurso nos rebasaron cerca de veite gorditas hiperbaricas. 

Debo confesar que el paseo me sirvió  para distraer mi cabeza de Mariana.

Ayer Carla Avilés mostró fotos de su último viaje a Buenos Aires. El problema era que casi todas la fotos eran en lugares como el jardín japonés o el Jarro Café, que creo que es un bar que también existe en varias partes del mundo. Yo no tengo nada contra los japoneses, pero nunca entendí muy bien, que tipo de fascinación tenía Carla por lugares que son iguales en todos lados. A lo largo de siete años, Carla había acumulado un dossier de unas trescientas fotos en los jardines japoneses de al menos quince países del mundo,  como es lógico,  todas absolutamente iguales, en algunas incluso posaba con la misma ropa. Debo haberle parecido de lo más amargo, pero yo, que solo levanté la vista para ver algunas, básicamente por que a mi tercer jardín japonés me di cuenta de este fenómeno para nada extraño,  le  dije que para esos fines, le habría salido más barato un solo viaje a Japón, que allí por razones obvias, todos los jardines eran japoneses.

Por alguna razón Carla se había mantenido soltera durante sus cuarenta y tres años, lo que le había permitido consagrar su vida a conocer buena parte del planeta con sus viajes. Hoy, a punto de cumplir otro año más, no le preocupaba para nada que la mayoría de sus congéneres hubiesen comenzado a agregar el sufijo "ona" a su estado civil. Para ser justo, la mayor parte de las veces, ella me resultaba en una persona muy culta y bastante entretenida y sin contar los ligeramente marcados rasgos masculinos de su rostro, tampoco habría sido algo tan descabellado fijarme en ella, pero al lado de la dulce Mariana, casi por un tema de selección natural, no había mucha opción para ninguno de los que trabajábamos en Romano, de desviar las miradas hacia otra persona.

Yo mismo me sorprendo a veces de mi capacidad de abstraerme,  pensar y aún así no llegar a nada. Ayer llegue del trabajo, prepare algo de comer y estuve las cinco siguientes horas pensando. Lo peor es que después de todo ese tiempo, no llegué a ninguna conclusión concreta. Pensé puntualmente en Mariana, que viene siendo, por cierto, mi pensamiento mas recurrente desde hace algún tiempo. Pensé que debía hablarle y contarle lo que me pasaba, pero me resultaba patética la idea de que para ella, "lo nuestro" ya fuese historia antigua y me imaginaba una de esas respuestas castradoras como ...mira Martin, yo te tengo harto cariño, pero lo de nosotros ya no fue, no te quedes pegado porfa...

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