Allá Abajo
( Capítulo 15 )
Si es que tenía alguna ventaja respecto a Ramiro Santini, era lo que conocía a la chica. Cinco años eran cinco años, y a pesar de ser sólo amistad privilegiada, hasta ese entonces Mariana era sin duda con la persona que más había conversado en mi vida.
A pesar de la baja tasa de éxito que históricamente tuvo el método, esta tarde, volví a poner un sobre blanco encima del escritorio de Mariana. Esta vez, eso si, lo hice entre otros muchos otros papeles del trabajo y en su interior no había papel engomado ni mensaje escrito, sino un Manichoc, que es una versión económica y mantecosa de los Tifany's, pero que a ella le encantan.
A pesar de no ser un chocolate de lo más refinado, el Manichoc no es una golosina que se encuentre en cualquier parte, y tal como un "Bozzo" o un "La Fete", había que recurrir a ciertos lugares específicos para conseguirlos. Uno de ellos y al que acompañé a Mariana en más de una oportunidad, eran las galerías de la calle Rosas. A mi me parecía interesante cómo galerías o calles de este tipo, que agrupan un buen número de tiendas, todas exactamente del mismo rubro, resultaban en una de las pocas formas del comercio, que se resistía a ser devorado por los grandes centros comerciales. Por antiguas que fuesen, las tiendas de este tipo especializado, tenían la virtud de ofrecer productos que difícilmente podían encontrarse en las grandes cadenas y en ellas eran típicos los nombres como "la casa de la goma" o "el castillo del alfiler de gancho", incluso los puestos de refrescos, que solían aliviar el calor en las compras de verano se autoproclamaban como "reyes" del mote con huesillos. Ahí cada locatario era dueño de su propia historia. Ahí difícilmente había colusion, la competencia garantizaba el mejor producto al mejor precio y la mejor atención.
No tenía idea que Mariana adhiriera a la causa por la liberación homosexual. El martes Sagredo llegó muy entusiasmado con participar de una marcha que organiza un movimiento de éste tipo en Chile. Se preocupó de tener una sentida conversación con cada uno de sus más cercanos, dentro de los que, por cierto, me incluyó, para hacernos partícipes de su causa y solicitarnos sentidamente nuestra participación en la marcha el domingo. Yo jamás tuve un atisbo de pensamiento homofobico, pero eso distaba mucho de llegar a caminar por la calle con vanderas multicolores gritando consignas por la libertad de género. Mariana, a quien conozco desde hace años y que nunca le había escuchado una vocación de apoyo a las minorías sexuales, se mostró como la más entusiasmada y por supuesto Santini, que últimamente anda como mosca en la fruta con la chica, aseguró su participación en el evento. Sagredo, que tampoco tiene un pelo de tonto, usó todo esto en beneficio propio y me hizo ver que si no participaba, me arriesgaba a que el argentino ganara terreno y quedara además cómo un tipo moderno y abierto de mente.
A mi me parecía insólito como hace pocos meses, con Lestat le hacíamos el quite a este tipo para no conversar con él de regreso a casa y ahora no sólo le teníamos simpatía sino que además nos tenía pensando en apoyar su causa. Por otro lado, yo no sabía si Mariana tenía real interés en la marcha o se trataba de un juego para saber hasta que punto éramos capaces de seguirle. Por el motivo que fuere, pensé en que todo tiene un límite y no estaba dispuesto a hacerme parte de una causa que no me comprometía ni menos si implicaba el riesgo a que alguien me viera y tener que dar explicaciones.
La marcha estuvo tranquila. Termine por convencer a Lestat de que lo mejor que se podía hacer por nuestra imagen de hombres heterosexuales era mostrarnos abiertos y comprensivos con las minorías. El estuvo de acuerdo y tal como sugirió Sagredo, ambos estuvimos de camiseta blanca esa mañana en la plaza Italia. Santini no llegó y con Mariana y mi amigo tuvimos la oportunidad de comentar cada extravagancia que se nos cruzó por delante, que para el caso no fueron pocas. Y por extraño que parezca y lejos de lo que había imaginado, me sentí cómodo ese día. Esa marcha, inspirada en el reconocimiento de los derechos de las minorías, a pesar de ser en sí un reclamo, tuvo algo que las otras no. Estaba lleno de personas en su ambiente, estaba lleno de personas siendo felices.
A diferencia de veces anteriores en las que utilicé la táctica del sobre blanco encima del escritorio, esta vez no me quedé esperando una reacción. Deje el sobre entre otras cosas cerca de la hora de salida y apenas el reloj nos dejó deslizar la tarjeta en la maquina, tome mis cosas y salí tranquilo. A la mañana siguiente obtuve mi respuesta. Un sobre blanco clásico, de veite por quince y sin membrete. En su interior, otro papel engomado amarillo claro, de los medianos, con una palabra escrita en una de sus caras útiles. "Gracias". Aúnque no podría asegurarlo, también me pareció ver un corazón en lugar del punto de la i, tan típico de Mariana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario