martes, 29 de septiembre de 2015

Capítulo 7

El día está hermoso, cada uno de los banquillos esta adornado en el extremo con orquídeas. Yo de pié con la impaciencia y ansiedad aflorando por cada poro, feliz. A mi lado, mi buen Lestat, de  traje negro, zapatos de charol y capa. Aún más allá, mi santa madre que me mira con todo el amor del mundo y sonríe. De pronto oigo música y miro hacia atrás. Te veo de pie en la entrada, segura, feliz, rodeada de rayos de sol... la música se hace más fuerte. De pronto la reconozco y pienso "en que momento se nos ocurrió esta canción para la entrada", no importa, nada podría opacar este momento, más que la hora, ya son casi las siete y volví a soñar con Mariana.

Carol es un encanto de mujer, más aún sin ese uniforme que parece que estuviese hecho para que uno sólo se concentrara en el desayuno, pero yo no logro sacarme a Mariana de la cabeza.

Llamé a su número esa misma tarde,  me dijo que nos juntáramos en un café cerca de su casa. El lugar donde trabaja también tiene café, pero ahí nuestra pequeña historia había sido tan bullada,  que la cita, no habría sido solo con ella, sino con todo el personal. Nada de lo que  imaginé estuvo tan lejos de lo que en realidad  pasó. Carol me contó cada detalle del día, para mi nefasto, en el que se me ocurrió preguntar por ella en su trabajo. Yo le conté mi versión de los hechos y juntos nos reímos un buen rato, de verdad que es una mujer fascinante, yo tristemente estuve a punto se decirle "Mari" varias veces.

No se porqué siempre que Lestat aparece en algún sueño mío, lo hace vestiendo como vampiro.  Debe ser por que su nombre me resulta en una carcajada interna cada vez que lo pronuncio e imagino a sus padres de rostro pálido y cabellos negros, hace 33 años, decidiendo el nombre de su hijo.

Le conté a Carol que ese día la habia esperado afuera, hecho un atado de nervios y que hacía años que no vivía una situación similar. Mientras le contaba, traté de pensar en cuántos años había pasado de la última vez que me declaré a alguien y no logré recordarlo. En los últimos años Mariana, a pesar de ser sólo amistad más privilegios, como yo decía, había sido, sin duda, mi historia más importante.  De esa historia si me acordaba de cada detalle por ínfimo que fuera.

Mariana llegó a Romano poco antes de que yo empezara a trabajar para D'Aguirre.  A ella le tocó recibir mis papeles un día que el jefe no estaba.  Le habían dejado dicho, que iba a ir una persona a entregar un currículum para trabajar en finanzas y que era sobrino de un ex socio de don Sebastian, así que, tenía que decirle, en respuesta, que se presentara el lunes a primera hora. Casualidad o no, yo estuve justo en el lugar y momento equivocado y al pobre Victor Riquelme que llegó tan solo diez y siete minutos después, le dijeron que la vacante ya había sido ocupada y que no insistiera. Juan Riquelme, el ex socio de D'Aguirre,  se molestó tanto, de que hubiera hecho ir al joven para nada, después de haber  prometido un trabajo con oficina y todo, que no volvió a dirigirle la palabra a Sebastian. Yo que nunca entendí muy bien por qué me habían contratado de inmediato, sin entrevista, ni antecedente alguno en el área, estuve un buen tiempo convencido de que había sido mi buena presencia que me jugó una muy buena pasada. Al cabo de tres días, con Mariana ya éramos amigos y al cabo de una semana ya nos habíamos besado a lo menos una cuatrocientas veces.

El domingo siguiente a ese primer encuentro,  pasé por ella y fuimos al persa. De todos los comercios posibles, éste,  que debe ser el último peldaño del capitalismo, es el que mas me gusta. De aquella vez en adelante no paramos de ir. Una vez, Mariana  llegó de vuelta con una máquina de hacer burbujas automática. Dos mil de ellas por minuto sin soplar ni una sola vez y solo usando agua con jabón. -Para el cumpleaños de la Mia esta especial, dijo. La Mia, su sobrina, ya tenía 13, así que para cuando celebró, la maquinita duró cerca de tres minutos encendida.

Además de comprar cosas que no necesitabamos, a mi me gustaba recorrer el lugar en busca de historia. Ese lugar, tiene algo que las otras formas de comercio no tienen, cada negocio es en particular una crónica de vida.

Tiempo atrás conocí a  Salustio Vera,  un ex funcionario de gendarmería que había jubilado de la institución para dedicarse a su verdadera pasión, los retablos de madera. Hay dos profesiones en el mundo, de las que yo simplemente no entiendo, que puede estar pasando por la cabeza de alguien que decide dedicarse a ellas, dentista y gendarme. Salustio, entre otras cosas, había postergado su faceta artística para consagrar treinta años de su vida a la institución. En su jubilación, se había dedicado a tallar minuciosamente micros antiguas de unos veite por quince centímetros. Al parecer, tanta rigurosidad y disciplina durante todo el tiempo que duró su paso por la gendarmería, habían molado su creatividad, por que las micros, que estaban perfectamente talladas, eran todas absolutamente iguales, como hechas en serie. Su local siempre estuvo vacío, pero ordenado y limpio con los retablos de micro colgados en perfecto orden como quien forma reos obedientes en el patio de una correccional. Yo le compre dos y Mariana uno y solíamos hacer juegos de encontrar las siete diferencias, de las que nunca hubo más de dos.

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