domingo, 27 de septiembre de 2015

Allá abajo (Capítulo 6)


Allá abajo

( Capítulo 6 )

No tenía idea que Sagredo llegara tan temprano. Como no pasé por el desayuno ni lunes ni martes, me compre ambos días queques de doscientos en el kiosco de la esquina. Aún cuando un café instantáneo y un queque de doscientos no reemplaza el desayuno al que estoy acostumbrado,  utilicé un antiguo recurso muy común en mis años de estudiante. Cuando no había dinero para un tentempié, o peor aún, cuando había que destinar el del almuerzo a fotocopias o materiales, bastaba con comprar y comer uno o dos queques de doscientos pesos, de esos que venden en el centro en todos los kioscos, que parecían estar hechos con aceite del mismo que sacan a los camiones de la empresa.

Con uno de esos bastaba para conseguir un buen dolor de estómago y no sentir hambre el resto del día.

Lunes y martes que llegué harto más temprano de lo habitual, me tope a Sagredo tomando café. Además de andar más alegre, con los que sabemos su secreto, tiene más confianza y resulta que ahora somos como su grupo de amigos. En realidad parece no ser mala persona sino más bien alguien muy sólo. 

Con el objeto de responder a su confianza, le pregunté como iba eso del bienestar.  El tipo debe estar muy entusiasmado, por que de inmediato comenzó a contarme con lujo de detalles sobre sus proyectos y de cómo se ha interiorizado de prácticas del yoga o tai Chi para tener más herramientas para realizar su trabajo. También ha comenzado un nuevo tipo de acondicionamiento físico intensivo del que no recuerdo bien el nombre, pero que me  describió minuciosamente sobre cada uno de los ejercicios.  Y al final, dijo, para terminar, elongo. Yo, que tenía la cabeza entre Mariana y el desastre de intentó de salida con Carol, en un momento aterrice en la conversación, pero mi vuelo se retrasó por que sin entender nada de la nueva faceta deportiva de Sagredo, pregunté -¿y cual es el hongo? Tratando de imaginar alguna posición que incluyera juntar ambas palmas sobre la cabeza o alguna infusión que acompañara la relajación posterior a los ejercicios.  Sagredo se río de mí los 7 u 8 minutos siguientes.

Mariana sale a almorzar con el argentino cada vez que pueden. Desde la semana pasada, no responde mis mensajes y ya no me mira, ni siquiera para mostrar su enojo. No sé que pensar. En realidad si sé,  pero no quiero pensarlo. 

Parece como que el remeson hubiese hecho que algo cambiara en mi vida que estaba tan resuelta. Tenía mi trabajo, mi amigo, mi autito y a Mariana. Ahora, a pesar de que sólo falta ella, es como si faltara todo y lo de más ya no aporta a mi felicidad. Bueno, ahora también está Pablo que me echa a perder el día de tanto en tanto.

Para mi buen Lestat, las cosas tampoco andaban mejor. Su matrimonio que había venido de crisis en crisis,  estaba pasando por una de las peores. Ya ni para aforismos le daba. Es triste por que el, normalmente esta lleno de vida y los viajes en tren solían ser amenizados por comentarios ácidos del resto de los trabajadores o de los compañeros de vagón a esa hora, pero no desde las últimas dos semana. El tipo andaba callado, cabizbajo y hasta mas pálido, cualquiera diría que de verdad se estaba transformando en vampiro.

Había un café a la vuelta de la oficina de esos atendidos por chicas en tenida primaveral. Con Lestat solíamos ir en los momentos difíciles. Un par de veces también nos pillamos a Ordoñez dentro, muy acaramelado que, ponía cara dramática cuando nos veía.

No toda la gente sabe, pero es increíble la cantidad de hombres, que van a esos lugares a hablar de sus problemas. Esas buenas  mujeres, además de regalar belleza, seguramente cumplen un rol fundamental y anónimo en la salud mental masculina del país.

Para colmo mi amigo, hacía ya cuatro días que andaba con un dolor de muelas horrible que insistía en alargar sus noches. El problema del dolor de muelas como excusa para pedir permiso en el trabajo, es que a pesar de ser varios dientes, se lo creen a uno, no mas de dos o tres, y Lestat llevaba ya cinco este año, de los que sólo uno antes fue real. El otro problema de cuando es real, es que en los consultorios hay que hacer fila desde el día antes y solo se tiene alguna posibilidad si se está embarazada o se tienen seis años. Ninguno de los dos casos era el de mi amigo. Lo único que logró conseguir fue que, a través de Angelina, la hija de la señora Gina, lo atendieran en un servicio de atención primaria, que funcionaba hasta tarde cerca de la Cisterna. El profesional, canoso, de ojos claros, no muy alto, le ofreció una cátedra detallada de la forma en la que se había producido el proceso carioso en su muela y le dijo que la solución  pasaba por hacer un tratamiento de conductos o la extracción, pero que, en el lugar habían sólo materiales para hacer extracciónes, por lo que si quería conservar su muela, debía consultar en forma particular, que por cierto habría tenido un coste equivalente a un mes completo de sueldo y como de nada le servía una muela, si no tenía con que comprar comida para usarla, tuvo que optar por la extracción. 

El miércoles volví a mis desayunos, el exabrupto debe haberme costado por lo menos unos seiscientos a setecientos gramos a mi grasa abdominal. Cuando se vive sólo,  uno tiene que tratar de que las comidas sean buenas, por que es fácil caer en el que te dé lata cocinar y comience uno a verse enjuto como Ordoñez.  

El miércoles estaba Carol en la caja, pero no la miré a los ojos como siempre. Aún no había pensado en una coartada y a pesar de que era un turno de funcionarios distintos,  era claro que le habían contado y yo no quería dar explicaciones.

Para mi sorpresa,  ese miércoles, además  de mi nombre en la boleta, Carol anotó su número.

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