lunes, 21 de septiembre de 2015

Allá abajo

Con Lestat tomamos el tren ese día por cal y canto. Lestat Antonio Gonzalez Villanueva  nos había pedido expresamente varias veces que le llamaramos por su segundo nombre, pero como Antonio ya habían 2 en la oficina y uno de ellos también era Gonzalez, y además de eso, como "Antonio" habría perdido toda su gracia, entonces nosotros en rebeldía insistiamos en llamarle Lestat,  nombre que su padre, en una afición vampirezca juvenil desmedida, había puesto a su primogénito hombre.  Según cuenta Lestat,  estuvieron a punto de ponerle Jean Babtist ,  que dice que habría sido peor. Yo creo que habría sido igualmente malo.

Suerte decía él,  de no quedar en el tren, en hora punta, delante de algún individuo del género masculino e insistía en que por eso le debían haber puesto hora punta u hora pico si se quiere en un lenguaje más coloquial.

Estábamos en medio de la discusión de cual de las únicas 2 mujeres que trabajan en Transportes Romano tenía mejores atributos sexuales. Lo que por cierto, para la mayoría era un completo misterio, pues tanto Avilés como la Marianita Alvarez, - a la sra. Gina no se contaba por que estaba ya bordeando los 60 y entraba en otro tarjet- andaban siempre tapadas hasta los tobillos. Debía esperarse algo así en una empresa con un desbalance preocupante hacia funcionarios del género masculino pero sobre todo por la presencia de personajes como Ordoñez, de quien nadie entendía muy bien el por que de su tendencia a la masturbación compulsiva, ni menos aún, de cual era la obsesión con que el mundo entero supiera de ello. Aún cuando yo en ocasiones y por nesecidad, también incurria en esa práctica, que a juicio de todos en la oficina era algo repugnante, si uno hace algo así de vez en cuando, no hay para que contarlo.  Lo anterior sin considerar que la oficina quedaba en un subterráneo y allí siempre era invierno y estaba de noche, por lo que uno tenía más probabilidad de sacarse el Kino, que encontrarse con un escote o una falda corta.

Con Lestat vivíamos prácticamente a una cuadra, 128 pasos exactos desde su puerta hasta la mía sin contar ambos ante jardines. 

Lo bueno de aquí, dice Lestat, es que estamos a pasos del metro.  Yo me lo había cuestionado varias veces, unas 4 al menos.  Trabajar en un subsuelo y llegar al lugar en el tren subterráneo era casi pasar mi existencia completa bajo tierra. Por eso había decidido desde ya que cuando me muriera me cremaran y arrojaran a algún río, que era una forma más barata de llegar al mar y así por lo menos en calidad de ceniza me daría el lujo de ver pasar la luz del día todos los días.

Con la Mariana teníamos una relación clandestina que incluía amistad y algunos otros privilegios. Aún que en la oficina éramos estrictamente compañeros de trabajo. No estábamos enamorados, tampoco nos gustabamos, no de la forma tradicional,  había sin embargo un cariño mutuo que nos permitía un acuerdo tácito que mezclaba amistad y sexo sin muchas explicaciones. De ésto, ni Lestat ni nadie en la oficina estaba al corriente. Una por que para el directorio de la firma, es decir para don Sebastian Aguirre, como en muchos lugares, no eran bien vistas las relaciones entre funcionarios. A pesar de que las razones podían ser muchas, acá era por que, al ser solo dos mujeres en edad fértil, contra 38 hombres en edad compulsiva, habría sido algo a lo menos caótico, más en el caso de que alguna de ellas decidiera tener alguna relación con más de un funcionario, que aún que fuera en distinto tiempo, las dejaría con una muy mala reputación y eso para Aguirre era inconcebible.  Yo creo que como a todos, Aguirre también se sentía atraído por Mariana y a pesar de ser 30 años  mayor, tenia la secreta esperanza de que ella se sintiera cautivada por sus encantos de hombre maduro. De eso nos dimos cuenta todos, cuando para uno de los aniversarios, Aguirre tomó más de la cuenta y se olvidó de que era casado, de que tiene 3 niñitas y que la mayor llevaba el nombre de su esposa, de que estábamos todos mirando y de toda la faramalla del famoso artículo 7 del reglamento, donde se especificaba todo eso de las relaciones.

En virtud de que había decidido aceptar como estable mi condición de soltería y descartar de plano algún otro modo de vínculo formal como profilaxis hacia mi frustración, para mi, y creo que para ella también, el acuerdo con Mariana era a modo de obtener ambos beneficios de amistad y alivio del deseo sexual, principalmente para no terminar como Ordoñez a lo que ambos le teníamos respeto.

El día en la cueva de Aguirre, como le llamábamos a las dependencias de transportes Romano, había sido absolutamente normal. Yo trabajaba en finanzas lo que era, tanto para mi como para mi familia, en extremo curioso ya que jamás tuve aptitudes para las matemáticas. Creo que pude terminar el colegio con nota sobre 4 únicamente gracias a que mi tía Cecilia, que por esos años se mantenía en bastabte buenas condiciones, tuvo largas conversaciones con el director del colegio, lo que resultó en que me hicieran hacer 3 trabajos extracurriculares con los que logré subir el promedio a nota 5. En todo caso me parece destacable mencionar que, aún cuando ya no me acuerde de nada,  no fue solo benevolencia del director, también puse de mi esfuerzo lo que quedó demostrado al obtener  nota máxima en los 3 trabajos.

A mi tampoco me interesaba tanto destacar en mi labor en la empresa. La caridad de Aguirre no bastaba ni siquiera para ahorrarle un tornillo sabiendo que a fin de año, las luchas del sindicato por el reajuste salarial serían igualmente infructuosas que en años anteriores. Y aun que llevaba ya cerca de 5 años en Romano, para mi como para casi todos, no era más que un trabajo.

3 filas delante de nosotros en el tren, casi siempre estaba Sagredo, que era el clásico personaje chupa medias infaltable en cualquier ambiente laboral. Claro que éste lo era ad honorem,  es decir, sin ningún beneficio adjunto, pues Aguirre jamás mostró algún trato especial hacia su persona, más que saludarlo por su nombre pero esto bastaba para llenarlo de regocijo.  Su repugnancia era mucho mayor que la de Ordoñez, mal que mal este último solo contaba lo que hacía en privado,  pero nunca dañó a nadie con su práctica. A sagredo en cambio no convenia darle la espalda nunca, figuradamene claro, por lo que junto al bueno de Lestat teníamos varias tácticas para evitar irnos conversando con el en el tren. No así con Ordoñez, que fijo viajaba con nosotros martes y jueves que iba a villa Francia a ver a su prima.  Con él,  la única precaución que había que tener, era que, por razones obvias, la despedida jamás fuera de mano, del resto no había inconveniente en compartir parte del camino ventilando temas de deportivos o de la contingencia local.

El tren ya llevaba 45 minutos entre barrancas y laguna sur  y a Lestat ya se  le había echado a perder el semblante. En el minuto 18, Ordoñez había empezado a hablar de los brasileños y de la tendalada que iba a quedar si pasaba lo que ellos dicen de la famosa falla  de la quebrada de Ramón. 13 minutos después, Sagredo se había unido al grupo. Con el tren detenido era mucho más difícil ejecutar cualquiera de nuestras tácticas evasivas por lo el hecho en la práctica había sido inminente desde un principio. Eso a mi ya me tenía algo  descompuesto. Durante el minuto 12 se nos explicó que habían informado de un temblor fuerte en la superficie, del que nosotros entre los empujones, las técnicas evasivas y la discusión, jamás nos enteramos y aún que Lestat insiste en su capacidad de predecirlos, en esas condiciones habría sido imposible.

Como en toda situación de supuesta  catástrofe, lo que menos había era coordinación. Se nos dijo por lo menos en 3 oportunidad de que estaban coordinando el trabajo para sacarnos del vagón pero las puertas continuaban cerradas. Luego al minuto 33 se nos avisó que seguiríamos esperando en ese lugar ya que era el más seguro en ese momento y que nos pedían calma y paciencia que fueron las primeras en abandonar el vagón detenido sólo minutos después del incidente apenas se supo de manera extraoficial que había temblado.  A eso del minuto 47, el bueno de Lestat ya estaba desesperado y el pesimismo de Ordoñez, la espera, el calor, el reducido espacio entre otros, habían hecho que Sagredo comenzara a hiperventilar lo que no era bueno por que: 1- consumía más oxígeno del que le correspondía y 2- por que en su calidad de asmático (no se si existe alguna relación entre el asma y tipos de esta calaña, pero de que es frecuente la coincidencia, lo es) la situación se transformaba de a poco en una potencial tragedia.  Y no era por que le tuviera cariño o preocupación a Sagredo, pero si le pasaba algo más, seguro como compañero de trabajo me vería envuelto en más que un vagón detenido y me iba a tener atrapado quizá hasta que hora en un hospital o en un servicio fúnebre en el peor de los casos. Por lo que sabíamos el tipo estaba solo en el planeta y nosotros aún que no lo quisiéramos éramos de algún modo su familia mas cercana.

Para calmar los ánimos y principalmente la frecuencia respiratoria de Sagredo y en virtud de la supuesta catástrofe en la superficie se me ocurrió proponer un pacto de silencio y de que cada uno de los que allí conversábamos, confesaramos algo que en otra instancia no nos contariamos. Por extremista que parezca, todo fue bajo la premisa de que si el mundo se estaba acabando, ya no tenía sentido irse a la tumba con secretos ocultos. Y hay que ver como un vagón lleno en hora punta, después de un detallado análisis tectonico cataclismico predictivo y 58 minutos de espera, si lo pueden hacer pensar a uno que el mundo se esta acabando.

Ordoñez fue el primero. Hizo de hecho 2 confesiones. La primera de ellas en absoluto predecible. Nadie podía ir a ver a una prima 2 veces por semana sin tener ningún otro interés que el mero cariño familiar. Ordoñez podría haber omitido el dato de parentesco y la situación a nadie le habría parecido escandalosa pero resultó que a la fecha la Luci tenía 4 meses de embarazo oculto para el resto de la familia. En momentos como ese no se puede mas que dar ánimo y pronunciar fraces como las que dice Lestat,  todo ocurre para mejor.

El turno siguiente y para calmar los ánimos fue el mío.  El problema fue que al momento de pensar en una confesión no venía otra cosa a mi cabeza que mis encuentros furtivos con Mariana pero contar lo de Mariana si es que el mundo no se acababa, era demasiado complicado, (por último a la prima no la conocía nadie), y seguro habría hecho que ella se enojara y yo habría terminado como Ordoñez.  Entonces conté que después de haber visto en forma accidental a la señora Gina mientras se cambiaba de ropa,  a menudo tenía sueños húmedos con ella y había comenzado a mirarla de otro modo. Yo creo que en otra situación nadie me habría creído una historia tan aberrante pero sumidos en circunstancias tan especiales, nadie prestó mucha atención a la coherencia del relato. 

El turno siguiente fue de Lestat que confesó que había seguido varias veces a Mariana con intención de espiarla y que una de ellas había conseguido ver parte de su pezón izquierdo mientras preparaba un baño en su casa. Aparentemente ninguna de esas veces coincidió con nuestros encuentros así que mi secreto permanecía a salvo.

Sagredo que para esas alturas se había calmado bastante comentó al grupo que desde los 15 se sentía atraído por personas de su mismo sexo lo que a pesar de que a todos nos llevó por sorpresa, nos hizo comprender más su soledad y mirarlo desde un lado más amistoso.

Para sellar el pacto de silencio los 4 nos dimos la mano. Por suerte la mía quedó bajo la de Sagredo y no de la de Ordoñez. 

A las 11 y 53  de la noche el tren comenzó a moverse otra vez y continuamos por fin el viaje a casa. Arriba hacia ya unas horas que todo funcionaba con normalidad.

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