¿No vino con su marido está vez? preguntó extrañado el odontólogo, -no doctor, respondió la mujer, mi marido nos dejó, añadió luego de una pausa nerviosa. Dos minutos antes, el odontólogo había echado un vistazo a su listado de pacientes de aquella mañana percatadose de que su paciente de las diez, la que acababa de entrar sin su marido, llevaba corridos diez minutos de retraso. Movió el puntero del ratón sobre el recuadro en la parte superior izquierda, ese que dice "registrar inasistencia" en la agenda electrónica, sistema insuficiente si los hay, pero que no exista otra herramienta más a que echar mano en consultorios públicos, ni tampoco es de él la decisión, por mucho que no le guste, aquí es un empleado nada más y sus preferencias aquí no cuentan, pasado el tiempo en que fueron amos y señores venerados en sus consultas, que hoy habría que darse un una piedra en el pecho o en los dientes, si se quiere un término más pertinente, por tener remuneración fija mes a mes, que ya la cosa no está tan buena y peor aún con tanto extrajero -aún son diez y no quince, pensó. La prudencia y el respeto mandan en estos casos esperar un cuarto de hora pasada la citación, para asumir que el paciente no vendrá y recurrir al preciado botón en la parte superior izquierda que da por asumido el hecho y con ello ofrece quince valiosos minutos para dedicar al ocio productivo, llámese ir por un café, leer un par de páginas de un libro , elegir y escuchar algo de música o simplemente cerrar los ojos y hacer una pausa. Realmente, los minutos libres, que se dice de libre disposición, en caso de faltar un paciente son en número de treinta, sin embargo los quince primeros son cuestionables en lo que a descanso se refiere por llevar a ellos implícitos el estrés y la incertidumbre de la cuenta regresiva. Siempre existe la posibilidad de que el paciente aparezca en el minuto diez por ejemplo, o en el doce o peor aún en el catorce, que pasa y no de manera infrecuente, que se haya retrasado lavando sus dientes más prolijamente que de costumbre y con ello no haya considerado tal margen de demora, o de que en la premura por salir y llegar a tiempo haya dejado olvidadas las radiografías y se haya visto en la obligación de volver a buscarlas puesto que la atención, según fue explícito en señalar el profesional, es impracticable sin los exámenes. Casos más complejos son los del grupo de pacientes como la de las diez, que suelen tener la costumbre de subestimar los tiempos de demora en los trayectos, olvidan que son ellos y no el mundo entero quien esta en ese periodo de la vida antesala de la muerte, descanso obligado, sea por no contar con la compañía del cuerpo, sea por no contar con los recursos para realizar las actividades postergadas una vida entera. La paciente de las diez esta a sus ochenta y siete en su perfecto juicio y tanto su aspecto físico como sus capacidades mentales se encuentran en condiciones de representar fácilmente unos diez o doce años menos encima. Camina sin ninguna dificultad y se sube a la camilla sin emitir quejidos que acusen algún problema de columna lumbar o un cuadro de artrosis de cadera o de osteoporosis tan común por estos tiempos. La razón por la que entre a cada cita acompañada de su marido es, por consiguiente, a juicio del odontólogo y de su asistente, consentimiento, es decir, la paciente de las diez es una consentida de su marido, que a los seis o a los ocho años, se entiende, que fulanito entre a atenderse con su madre, por comprensible temor, se comprende, nadie diría después, que cobarde es ese fulanito que no se atreve a entrar sólo, que entendemos, hablando desde la posición de los odontólogos el fundado temor con el que muchos y muchas, casi todos, acuden a atenderse con nosotros, sea porque muchas veces los procedimientos realizados son lisa y llanamente dolorosos, sea por prejuiciosos preceptos que el conocimiento popular o incluso el cine se han encargado fundar. Pero en un paciente mayor, es de esperar una personalidad resuelta, sin temores a esas alturas de la vida, con el temple y el talante que solo la madurez pueden otorgar, no como la paciente de las diez a la que hay que explicar todo a ella y todo al marido, en la que el marido opina sobre el diagnóstico, pronóstico y tratamiento de sus dientes y la cosa se transforma en verdadera junta médica, salvo que aquí el profesional al que atañe el objeto de la discusión es el odontólogo y únicamente él y los otros dos interlocutores, más él que ella, aunque las muelas sean de ella, son, como se dice, legos en el asunto, actúan, no obstante, él mas que ella, como si no lo fuesen, y discuten y debaten, él más que ella, que cualquiera diría que se trata de una cátedra en alguna de nuestras facultades o en un congreso internacional de odontólogos. Es por ello que el odontólogo recuerda con exactitud el nombre de la paciente de las diez, más incluso que aquella chica de los ojos cafés y el escote abultado que no tiene muy claro si se llama de tal o cual manera, de la de las diez no. Sabe perfecto que es la señora de ochenta y tantos, pero que se ve como de sesenta, que está en perfectas condiciones pero que el marido acompaña hasta en sus respiraciones, a la antigua, muy machista, en donde ella no toma decisión alguna por si misma, ni siquiera en lo que concierne a su propio cuerpo, no sería raro que fuesen hasta el baño juntos, pensaba, que él inspeccionase lo que había hecho y que limpiase luego sus intimidades, como si ella no fuese capaz de nada por si misma, hay quien pueda parecerle tierno y no sería errado el juicio, no obstante, irrita, molesta, altera los ánimos de los odontólogos persona hecha y derecha, adulta, autovalente, pero incapaz de tomar una sola decisión. -¿Cómo dice usted? creo que no le entendí bien -lo que oye doctor, mi marido murió la semana pasada, prosigue la mujer, fue cosa horas, de una noche, doctor, a eso de las nueve nos acostamos como de costumbre, excepto por que el se quejó de un fuerte dolor en el cuello, aquí, al lado derecho, yo le ofrecí hacerle una friega, yo siempre le hacía friegas cuando le dolía algo, a eso de la una llamamos a mi hija, en la urgencia un médico jovencito le hizo inyectar un par de calmantes y me lo mandaron de vuelta, pero no le hicieron nada, doctor, a las tres el dolor era insufrible, mi hija volvió a venir, con un vecino de su pasaje, que es de estos que atienden personas -era doctor -si, eso, era doctor, prosiguió la mujer, vino con su mujer, es enfermera la chica, muy linda, ellos saben harto, enseguida lo examinaron y el vecino dijo -esto es grave, entonces lo llevaron, yo me tuve que quedar en la casa, con otra de mis hijas, me despedí de él. En el hospital el doctor, el vecino entró con él, soy médico dijo, traigo a este señor que esta muy grave, los doctores de allí concordaron, "es grave" dijeron. A mi no me contaron nada de eso, doctor, tampoco fui al hospital, yo supe después, por el vecino, a mi me pusieron una pastilla bajo la lengua y después tengo recuerdos vagos, gente abrazandome, diciendo: usted está tan linda, parientes, amigos, cantidad de amigos, él era de muchos, doctor, yo siento como que mi viejo salió, como que fue a comprar y ya vuelve, entonces me acuerdo, solo a veces de que no, que no va a volver. Consternado, el odontólogo deseó haber sabido de masoterapia o alguna otra de aquellas formas profesionales de hacer cariño, en lugar de someter a la mujer de las diez a alguno del los dolorosos procedimientos habituales. En su mejor esfuerzo, pulió con sumo cuidado las caras visibles de sus dientes con una escobilla blanda y una pasta algo arenosa que asegura saber a frutillas. La mujer, más resuelta que nunca agradeció el gesto y se despidió con una sonrisa serena. Nunca es tarde para aprender, pensó.
martes, 15 de marzo de 2016
viernes, 5 de febrero de 2016
Instructivo Sobre la Escritura
Si puede tenerse un pensamiento más genuino ahora sería: quien soy yo para hablar de escritura y en efecto, actualmente no ostento publicación alguna ni premio relacionado que me de autoridad para hablarle de este asunto, más si el lector da una segunda mirada, comprenderá que, así de persona natural que escribe, como usted, bien se puede hablar con cierta autoridad del tema en cuestión.
El siguiente pues es un instructivo breve sobre algunas consideraciones que el autor considera útiles a quien, como él, dígase cualquier persona natural, decidiera por legítimo deseo, aventurarse a la redacción de un escrito.
1
Siéntese, escribir parado y si se carece de apoyo puede resultar notablemente incómodo, pudiendo incluso transformarse en causal de la enorme tragedia de perder las ganas de escribir.
2
Procure buena luz ya que la ausencia de la misma hacen en la práctica el aumento en el riesgo de escribir letras demasiado juntas o demasiado separadas o incluso una sobre otra, ni hablar de que el texto tenga mas de una línea con lo que él asunto se complejiza de manera exponencial, agregando además del ya dicho muy junto, muy separado o muy encima, el no pequeño problema de que las letras pierdan su alineación y varíen su altura y que si de producirse este fenómeno en forma reiterada y con un desvío periódico y constante, el de que la línea cambie su rumbo y descienda o ascienda, por lo general la primera, condena pues al resto de las líneas a adoptar tal tendencia para evitar entrecruzarse dando como resultado final un texto con apariencia triste o sombría, independiente de su contenido.
3
Consiga un lápiz y una hoja, de preferencia en blanco. Este punto podría considerarse entre el punto uno y dos, no obstante, eso sólo en el caso de que se dispusiera de tales elementos sobre el escritorio, suponiendo que estamos sentados en frente de uno de ellos. De no ser como anteriormente se detalla, se recomienda modificar el orden ya que, de no tenerse cerca, el procurar papel y lápiz, una vez ya sentado, podría resultar particularmente difícil.
4
Una vez sentado y si es que se han seguido en forma correcta los pasos anteriores, será sencillo continuar con la tarea.
Coloque letras, una al lado de la anterior, a la misma altura y agrupadas en palabras tal como se ejemplifica más arriba. Las palabras deberán tener, de preferencia tanto vocales como consonantes, ya que las que carecen por completo de alguna de las dos, terminan siendo difícil de leer, entorpeciendo la lectura hasta hacerle ilegible en los casos más graves (lease Krtzbrgr por ejemplo).
Es prudente también que las agrupaciones de letras que contengan tanto vocales como consonantes, adquieran un orden sistemático formando lo que más tarde conoceremos como "palabras", no obstante si se ha logrado reunir agrupaciones de letras de distinto tamaño colocadas en orden, una al lado de la otra, estará usted en presencia de un avance.
Convendrautilizarespaciosseparandolaspalabrasparahacermasamigablelalectura
5
No haga tal de escribir entre líneas. Esta práctica a veces incluso mal vista y que además aumenta en forma considerable la posibilidad de hacer dobles lecturas, conduce a un texto atochado, sobrecargado, repleto y por consiguiente poco amigable y difícil de seguir.
6
Se aconseja no alterar el orden de los pasos anteriormente descritos con excepción de los primeros tres. El paso dos podrá ser obviado si se dispone de luz natural, sin embargo se advierte que esta situación pudiese no ser permanente por lo que se aconseja no fiarse si se pretende escribir un período prolongado de tiempo. De cualquier modo y dada la naturaleza cíclica de los movimientos planetarios, todo cambio en la iluminación relacionado a estos ciclos será de carácter reversible.
7
Será tarea compleja y muy probablemente motivo de un segundo instructivo para niveles más avanzados el que nuestras "palabras" agrupen sus letras en un orden que permita ser leídas y estas a su vez, sepan ser colocadas formando "frases", nuevo tipo de agrupación que les permitirá ser utilizas más en conjunto y de esta manera expresar "ideas". No se desanime, si logró usted llegar a completar el punto cuatro sin inconvenientes, considerese aventajado, hay quienes no lograron pasar del punto uno en su primer intento.
FIN
jueves, 4 de febrero de 2016
Jerry
Jerry
Jerárquicamente en la empresa, Aristia tenía un puesto muy inferior al de Huidobro, no obstante, nunca consiguió tratarle con el respeto que los superiores se merecen ya que ambos habían sido alumnos de la misma clase desde los primeros años, hasta que terminado el colegio y tenían esa especie de relación de hermanos que se forma con la gente con la que se comparte toda la infancia.
Por este mismo hecho, dato del que muy pocos tenían conocimiento, logró hacer entrar a Aristia a la empresa a pesar de que los otros dos de la terna eran notoriamente más calificados para el cargo y tuvo que dar cuenta y excusas de esto a su jefe directo atribuyendo la decisión a algo que llamó instinto profesional. Algo que, dicho sea de paso, quedó en cierto modo institucionalizado y ahora el resto de los funcionarios utilizaban a menudo como argumento cuando querían explicar algo que no tenía una explicación muy lógica o bien que era lisa y llanamente una equivocación.
En la intimidad, es decir, cuando quedaban solos, Claudio Aristia llamaba por su apodo colegial a Huidobro y este, no sin cierta incomodidad, también cambiaba el trato hacia él, recordando aquella confianza que siempre hubo entre ambos durante la niñez.
Una tarde de viernes, en la que ambos creyeron estar a solas y habían adoptado su manera coloquial de comunicarse, en una discusión de tan poca relevancia, que no valdría la pena hacer aclaros del objeto de la cuestión, fueron sorprendidos por Olivia, una de las más antiguas funcionarias de la pequeña empresa, ingeniera comercial y sobrina del dueño. Desde atrás de un escritorio en desuso y camuflada entre un par de pantallas de computadora de esas antiguas, lo que dada su escasa estatura, le fuera en ese momento favorable para no ser advertida, se escuchó una hilarante carcajada seguida de una pregunta con voz todavía más aguda -¿Jerry? ¿como Jerry Louis? -si la cago, pensó Aristia, mientras esbozaba el típico gesto de mostrar los dientes en algo que pareciera ser una sonrisa culposa que dirigía hacia el superior en cuestión.
Cuatro días más tarde y solo por que el lunes fue feriado, todo el resto del personal, incluyendo al dueño y a la persona del aseo, adoptaron esta forma para dirigirse a Huidobro que, en honor a la verdad, jamás tuvo parecido alguno con el comediante.
FIN
jueves, 21 de enero de 2016
La funa XIX
jueves, 7 de enero de 2016
La funa XVIII
Hacen exactos cuarenta y ocho días con veintidós horas que Naum no sabe de Teresa.
La última vez que se vieron fue semanas antes del año nuevo, ocasión en la que ambos fingieran una demora en reuniones de trabajo propias de esas fechas.
El encuentro fue en el hotel de costumbre en calle Marin, en el centro. El lugar, que estaba lejos de ser lujoso, hubo sido elegido de común acuerdo después de recorrer varios en el sector, principalmente por que era limpio. Además él habia determinado que aquel era el que tenía la mejor relación precio calidad, considerando la variada ambientación de las habitaciones, la que a pesar de no poderse elegir, agregaba con esto cierto juego azaroso, que resultaba dar una especie de condimento a cada encuentro. Una vez, sin embargo, les tocó una habitación tan desarreglada que daba como para pensar en que era más bien un tipo de ambientación con temática de pobreza. Otra de las habitaciones le agradaba especialmente, porque tenía una cama en altura con una especie de tobogán hacia un jacuzzi, (en la práctica imposible de utilizar, dado el reducido tamaño) que le recordaba a una piscina en casa de los Hadad, en donde pasó gran parte de los veranos de su niñez. El jugueteo tambien resultaba propicio para evitar recaer en densas conversaciones sobre el destino de la relación, de la que Naum no tenía ninguna intención de llevar a otra instancia.
Tampoco podía darse el lujo, por una cuestión de costos, de seguir frecuentando esas maraviloosas cabañitas independientes en el barrio alto, con jacuzzi y excelente servicio de hotelería, de las que hicieron uso las primeras veces. Había que dejar ese lugar reservado para ocasiones especiales y Teresa, para Naum, hacía tiempo que ya no era, en sí misma, una ocasión especial. Sus encuentros, de hecho, se habían vuelto tan cotidianos que, él incluso había temido que esa cotidianidad se transformara en descuido y que su mujer o peor aún, Mario, terminaran por enterarse de la infidelidad de ambos.
Mario jamás ha sido del agrado de Naum. Lo considera un pedante, aburrido y dueño de una soberbia que esta muy por encima del nivel de autoestima que debiese una persona como él. Durante las veces que se han topado, nunca ha sido posible entablar alguna conversación de más de tres frases. En realidad ninguno de los dos siente tener algo en común y Naum estaría lejos de procurar resguardar sus intereses para con su mujer. Si hasta acá le preocupa que no se entere, ha sido únicamente por una cuestión estratégica. El hecho de que Teresa tuviera una pareja estable, le protegía de la posibles escenas desagradables, originadas en los sentimientos de despecho y desilusión que ella experimentaba constantemente al final de cada encuentro.
En algunas ocasiones, ella, con la firme intención de tomar el toro por las astas, le había preguntado a él, que impedimento tenían para huir juntos a donde fuese, ella estaba dispuesta a dejar todo por intentarlo. Su argumento, por lo demás muy lógico, se basaba en el razocinio de que, si él estaba ahí con ella en ese momento, era porque no podría estar tan enamorado de su mujer. Naum por su parte, si bien es cierto, no sentía estar enamorado en su relación actual, tampoco sabía si podía llegar a sentir tanto o más por Teresa y en ese escenario, a pesar del cariño sincero que le profesaba, no valía la pena correr el riesgo por un resultado prácticamente idéntico.
Todo ese escenario cambió, desde que Naum se percatara de la incomunicación de Teresa.
Entre sus encuentros siempre hubo un lapso de tiempo en el que él, volvía a avivar el deseo y a buscarla. Era eso precisamente lo que más le dolía a ella, la que varias veces se reprochó el sentirse olvidada con el que Naum no la llamase al llegar a casa o al día siguiente para saber como estaba. Con ello, más que disfrutar el romance, se sentía sin derecho y en cierta forma utilizada.
En el último encuentro Teresa fue clara y musitó con voz débil, como quien no está muy seguro de lo que va a decir (...) en realidad ni el propio Naum recordaba con precisión las palabras utilizadas por Teresa en esa oportunidad, solo logró recordar que lo dijo entre sollozos con lo que él inmediatamente adquiría un tono irritado y parco y es muy probable que precisamente por esto, no haya prestado suficiente atención a sus palabras. Incluso en un momento y sin escuchar mucho de lo que ella tenía para decir, le aclaró que si sentía que ésta relación le hacía daño, no era necesario ningún escándalo y que solo tenía que dejarlo hasta ahí y no darle mas vueltas al asunto. Dicho esto, miró su reloj y comenzó a vestirse para volver a casa, ya que la demora más prolongada, a su juicio, no sería creíble como excusa.
Teresa hubiera querido más que nunca, en ese momento, que el volviese hasta la cama y le dijera que tenía razón y que se pondría un plazo para terminar con su matrimonio e intentarlo con ella, (en realidad, él jamás llegó a elaborar tal idea en su cabeza) para luego huir juntos al Cairo y formar una nueva vida y tener hijos juntos. Permaneció de hecho, inmóvil los siguientes cuarenta minutos mirando fijamente la puerta por la que él había salido. Luego se levantó, se vistió entre lágrimas, tomó sus cosas y se marchó. Sobre la mesita del velador dejó olvidado un pequeño reloj de pulsera, metálico con fondo rosa y unas diminutas cuentas de circonio en lugar de las seis y las nueve, que Roberto le había regalado poco tiempo después de su primer encuentro. El hecho aunque nimio, significó para ella el quiebre definitivo y el no haberse devuelto a buscarlo le inspiró en la decisión de dejar la historia atrás para siempre.
-Melasma
-¿como dice usted?
-es un melasma, pero lo vamos a tratar con láser, seguro es por el sol
Naum ha consultado con una dermatologa por una pequeña manchita oscura en su dorso nasal. Ana Maria, la dermatologa insiste en tratarle de usted, a pesar de que tienen la misma edad y se conocen desde hace años. A ella le gusta mantener las formalidades en el trato con los pacientes varones, sobre todo con los del tipo de Roberto Naum que suelen interpretar de manera errónea los diálogos con mayor cercanía. Él esta vez, sin embargo, no miró su escote, ni se fijó tampoco en la breve extensión de la falda bajo el delantal, ni en el hecho de que si se la miraba de espaldas, con la suficiente detención, podía apreciarse el contorno de una pequeña pieza de ropa interior en encajes. Desde hace una semana, momento en el que se dio cuenta de que la incomunicación de Teresa era más bien intencionada por ella, probablemente precipitada por su última conversación, él no ha dejado de pensar en ella. Le ha escrito por correo electrónico sin respuesta, dos veces y ha pensado seriamente en ir hasta su casa, pero se ha contenido de hacerlo porque teme encontrarse con Mario y que el asunto se transforme en una de las escenas escandalosas que siempre quiso evitar.
miércoles, 6 de enero de 2016
La funa XVII
No soy ningun homofobico. Ya la palabra misma me parece deleznable y prejuiciosa y yo no prejuzgo a nadie que tenga intereses sexuales distintos de los míos, los que escasamente podría llegar a ingerir de una entrevista personal, a menos, claro, que se haga directamente la pregunta, la que, aún cuando necesitara hacerla, la evitaría por todos los medios por el riesgo de que fuese interpretada como sugerente.
La verdad es que no conozco, ni me interesa conocer acerca de las inclinaciones sexuales de mis empleados. La señora Juanita, por ejemplo, podría gustar de tener sexo con animales y ninguno de nosotros habría de sospecharlo. Nada habría entonces de hacerme sospechar de que los razgos femeninos en el modo de Eduardo o el tono alto de su voz o la vestimenta ajustada o el hecho de que use maquillaje sólo perceptible a un ojo entrenado (yo lo escuché de otras personas) o el que siente cruzando las piernas y ponga ambas manos sobre sus rodillas o el que se muerda el labio mientras se mira al espejo que está en el baño (esto sólo lo imaginé, jamás he entrado al baño con él), no, nada de eso puede ni podrá hacerme sospechar de que le gustan los hombres y si le gustan, a mi me trae sin cuidado (evito mirarle a los ojos cuando conversamos, sólo por precaución), a menos claro en el hecho de que le gustase yo (es egocéntrico, lo sé) y aún así, no estaría obligado a corresponderle, por supuesto que no, porque a mi me gustan las mujeres y me gustan mucho, eso lo tengo muy claro.
Se le trata como a cualquier otro empleado, (jamás le he negado un permiso por el terror a que se sienta discriminado) se le habla como a cualquier otro (delante de él, evito las palabras: grande, duro, parado, o cualquier otra que pudiera interpretarse como alusiva al miembro viril masculino) simplemente, es uno más del equipo (cuando tengo que entablar conversaciones con él, lo hago engrosando la voz, exagero ademanes toscos e incluyo gestos como golpes en la espalda o apretones de mano exageradamente fuertes como señas de mi masculinidad)
Eduardo es hijo no sanguíneo de la señora Juanita. El año pasado quedó cesante producto de que a su jefe anterior le pareció imposible lidiar con los rumores sobre su homosexualidad. Apenas nos contó durante un desayuno, con Carla comentamos lo poco evolucionado y prejuicioso del criterio del desgraciado de su jefe anterior, que seguramente era un ser reprimido y lleno de contradicciones y nos pareció que debíamos tomar las cartas en el asunto. Entablamos una querella criminal por discriminación pero el quinto juzgado de Puente Alto desestimó los cargos por falta de pruebas y no tuve más opción que ofrecerle trabajo y así es como lleva ya casi un año trabajando con nosotros.
martes, 5 de enero de 2016
La funa XVI
XVI.
HAY una especie de dualidad en lo que hago que se me repite hasta la náusea. Que me carcome como larva y creo que me ha ido carcomiendo más con el tiempo.
En un principio fue sutil, como una comezón interna cerca de la columna lumbar leve y ocasional, de esas que uno sólo se percata luego de sentirla varias veces, pero que siendo aún leve, no cobra mayor importancia. Con el correr de los años la comezón fue creciendo y generando incluso ligeras muecas reflejas.
En un momento de mi vida, la comezón se hizo más fuerte. Tanto que ya fue imposible de obviar y se podría decir, que se fue transformando poco a poco en un dolor leve pero constante que por momentos recurría en episodios más intensos para después volver a su forma leve. Entonces es cuando se considera vivir con ello y adaptar la propia existencia y generar una especie de convivencia malsana y desgraciada, de esas que, el común de las personas tienden a confundir con mal humor.
Sin embargo, estuve convencido por un buen tiempo, de que podía deshacerme de ello cuando quisiera, de que me era fácil, como con cualquier vicio, cuando se autoconvence uno de tener el control. ¡Ja! Que rasgo tan propio del ser humano el de mentirse a si mismo de forma tan consciente y descarada. Ya desde el momento en que se piensa en "control" debería darse cuenta de que lo ha perdido hace tiempo y que ya no sé puede librar de él a voluntad como se creía.
Ahora me consume bajo la piel, sin que se note, pero temo que en algún tiempo no muy lejano, esta piel ya no será lo suficientemente gruesa y se dejará translucir lo descompuesto y fermentado que me encuentro por dentro.
Lo peor de todo es que sigo haciéndolo casi de manera enfermisa, como algo masoquista y en cierto modo vicioso, pero el vicio, al menos, resulta placentero, como fumar por ejemplo, fumar es delicioso cuando se adquiere como hábito. Sentir esa sensación burbujeante en la garganta con una aspiración larga y continua, para luego expulsar el humo sin apuro en una bocanada de suave y envolvente placer. Fumar es delicioso, pero nadie se atreve a decirlo. Si yo fuese fumador, tal vez si lo diría (por supuesto que no) como me gustaría mi vicio, si tan sólo fuese ese mi problema, (porque, convengamos en que es un problema desde que se sabe que es perjudicial para la salud) sería de todos modos un mal menor y me consideraría, aun con ello, un hombre afortunado. Mi vicio, en cambio me repugna, por que no me entrega nada a cambio del perjuicio que me provoca, ni placer ni satisfacción, ni nada como ganancia. Solo me corroe y sin embargo sigo haciéndolo.
Pensar por dentro en una cosa y decir de buena gana, algo completamente distinto como reflejo casi compulsivo que siempre es muy cercano a lo que el interlocutor desea escuchar. Díganme ustedes si al cabo de veinte o treinta años no les resultaría corrosivo.
Con mis seres queridos no me molesta, (a ellos les he mentido toda mi vida) supongo que el cariño justifica y apacigua mi rabia, pero ¿quien me obliga a decir o hacer cosas por quienes no siento ni el más mínimo aprecio, por quienes incluso me generan disgusto? Y en mejor medida queda justificado si yo mismo me doy cuenta que siento rabia en ello.
Podría decirse que no se decir que "no", pero es distinto a eso. No saber decir que no, puede manifestarse en mostrarse dubitativo o poco convencido ante una propuesta y al cabo de un tiempo de conocer a estos personajes (los que no saben decir que no) uno termina por aprender a exprimir ese "no" que tanto quieren decir pero que no se atreven. Hace algunos años conocí a una muchacha con la que me propase de forma grosera y con quien me di a la tarea de convencer y enseñar a ser mas firme en sus negativas hacia mi persona. En el fondo yo tenía perfectamente claro que le parecía desagradable no obstante seguía siendo condescendiente conmigo.
Lo mío es peor. Primero porque es con todo el mundo. No se trata de que sea con alguien con cierta autoridad y a quien se le permiten ciertas licencias como era el caso de la muchacha. Ella trabajaba para mí y tenía pavor a perder su empleo (soy desgraciado, lo sé) po otra parte, me sorprendo a menudo exagerando un exceso de buen ánimo. Sin duda es definitivamente es peor.
En realidad si obtengo algo a cambio, pero el hecho me repugna tanto como mi mentira, no me permito valorarlo. Preferiría incluso ser odiado, creo que sería así más honesto y me dejaría más tranquilo, sin nada que esperar de mi. Mi ganancia en cambio me hace deudor con otras personas, deudor de lo que se espera de mi, de lo que esperan que yo haga, tengo la fama maldita de tener buena voluntad, ¡por Dios! si toda esa gente me viera por dentro, si pudiera ver a través de esta piel que me cubre, cuyos granos a veces dejaron escapar parte del fermento, todo lo podrido que estoy por dentro, ya nadie pediría ni esperaría nada de mi.
No, tal vez estoy exagerando un poco, no siempre hice favores de tan mala gana. Hay personas por las que si los hice y con gusto. Bueno, también hubo otras en las que fue con interés. Celeste por ejemplo. Aún recuerdo como se acentuó la comezón y se produjo la mueca involuntaria (era mas joven en esos años ) cuando me dijeron que Abelardo había dejado recado de que quería que me contactase con él. Como si uno anduviese por la vida esperando que le llamasen personas repugnantes para devolverles el llamado. (Lo hice esa misma tarde) Hoy no tengo duda de que situaciones de ese tipo, en suma, han hecho de que la comezón se transformara en podredumbre, no tengo ninguna duda.
Abelardo es de esos tipos desagradables (ni siquiera me enternece el ejercicio mental de imaginarlo recién nacido) que abrazan cada vez que pueden, que hablan con sonoridad desmedida y sin embargo se acercan al hacerlo, tanto como para confiar el secreto más oscuro, y en los que las palabras se tropiezan unas con otras sin cuidado y se alternan para salir de su boca con gotitas de saliva que no siempre fueron tan pequeñas y que a veces estuvieron acompañadas de una burbuja de aire, seguramente tibio, que les permitió recorrer mayor distancia antes de llegar a chocar contra mi mejilla.
Por si fuera poco, además de ese modo insolente, el tipo no dijo jamás algo interesante con lo que cada esfuerzo por escucharle fue una soberana pérdida de tiempo y se refiere a mi con un diminutivo que no tengo deseo alguno de reproducir aquí, como queriendo poner de manifiesto ante los demás, alguna especie de superioridad (ignoro de que tipo) que por mucho es solo imaginaria, porque, es cierto que yo me puedo querer muy poco, sobre todo en este último tiempo, pero no podría nunca sentirme inferior a él.
Bueno lo cierto es que este imbécil, tanto o más repugnante que yo, se considera mi amigo, cree que le tengo cariño y se siente con ello en el derecho a pedirme favores.
Fue en uno de esos favores, en los que conocí a Celeste. Dios mío, cuanta belleza y sensualidad acumulada en una sola persona. Pocas veces una mujer me hizo perder de súbito la seguridad (y de paso, toda la aversión que le tenía a ese Abelardo) y volverme tan torpe y por mas que hubiese querido yo, por única vez haber, seguido atendiendo a todos sus favores, ella, asustada, supongo por mi torpeza y nerviosismo evidente, no volvió a poner un pie en mi oficina. Tal vez hoy, más maduro y resuelto (mi ironía de tanto en tanto me deja soltar alguna carcajada) habría podido ocultar mejor mi inseguridad y sin duda habría tenido opción de alguna otra ganancia a cambio de mis atenciones.
No como el caso de Eugenia, con quien yo jamás podría tener pretención alguna que no fuese de índole puramente profesional. Eugenia es madre de otra clienta, a la que tuve la mala idea de cortejar en forma infructuosa y que finalmente terminé por descartar, no por el hecho de no creer que le gustara (hasta hoy estoy convencido de haberle causado algo) sino por el hecho de que, poner en su cabeza la idea de una relación sexual aislada, implicaba un camino demasiado largo y trabajoso, que incluso conllevaría otros sacrificios como incluirme en prácticas de meditación o yoga, que jamás despertaron en mi el más mínimo interés. (La acompañe durante un mes completo) Un día hicimos una práctica privada en su casa, en la que para mi absoluto desconcierto, (en definitiva yo iba con otra idea) nos acompañó su madre (Eugenia) quien desde entonces me considera, (a pesar de que no he vuelto a ver a madame Ramakrishna) como una especie de yerno y no duda en llamarme cuando necesita de mis favores profesionales, identificándolos para colmo con mi secretaria, como "de carácter personal".
Entonces es cuando ella me llama o mucho peor, me deja el recado, para no molestar dice, y yo pienso para mí en el porqué de que esta señora me siga llamando y que deber tengo yo para con ella de resolver sus problemas y sin embargo atiendo cordial a su consulta, soluciono sus dudas, resuelvo sus imprevistos y por supuesto no le cobro por mi trabajo y le aseguro que puede llamarme de nuevo si lo necesita y en ese preciso instante provocado por mi, no hay duda de ello, siento como la podredumbre crece y me consume.
sábado, 2 de enero de 2016
Crítica "La Conspiración del Silencio"
Haría falta olvidar todo lo que se conoce de Auschwitz, como para entender desde un principio la propuesta del director italiano Giulio Ricciarelli en su cinta "La Conspiración del Silencio".
Aún cuando esto se logra en cierto momento gracias al buen trabajo de ambientación que transportan al espectador a la alemania de la década del 60, el guión recae continuamente en lo predecible y deja la sensación de una historia demasiado bien contada y de esperar un hecho inesperado que finalmente acaba por no ocurrir. Con lo anterior, el filme, a pesar de contar con excelentes actuaciones, como la de Alexander Fehling, Andre Szymanski o Johann von Buelow, se presenta como una historia perfectamente bien sincronizada que, por lo mismo, no sorprende excesivamente.
La distancia se acrecenta producto del rol del actor Tim Williams que interpreta al Mayor Parker, un militar estadounidense y que termina por acercarla peligrosamente a un típico producto del hollywood tradicional, que no es precisamente lo que se espera ver en una cinta alemana de la época post holocausto.
La funa XV.
XV.
LA historia del trío de Naum no resultó como se estará pensando, de hecho tampoco fue como él la habría imaginado.
Finalmente logró decírselo a su mujer, pero, para resumir la historia, el hecho le constó diez sesiones de terapia de pareja (de las que sólo fueron a siete, eso luego de que Naum insinuara a su mujer, o ella creyera haber interpretado ciertas insinuaciones de él hacia la psicóloga) y un viaje a Punta Cana por cuatro días (sugerencia de la misma Andrea, la psicóloga, para reforzar el romance)
La mujer de Naum aceptó, con unas copas demás, proponer lo del trío a Angela, y esta a su vez, acepto la aventura sugiriendo para ello incluir algo de mariguana en el asunto, que él logró conseguir con una de sus amistades de juventud que tenían con mayor cercanía al tema.
No vale la pena transcribir aquí todo lo que pasó por la mente de Naum esa noche bajo el efecto psicodepresor del narcótico. Solo se dirá que fue equivalente a ojear sin detenerse una revista Caras en su edición aniversario. De lo anterior se deduce que tampoco será necesario aclarar que no ocurrió nada de índole sexual, al menos que lo incluyera a él.
También influyó el hecho de que Naum, después de levantarse tambaleante hasta el baño, todo menos seguro de si mismo, y de que no escuchara el piropo que tantas veces se había repetido mentalmente, tampoco entendiera muy bien en que momento habría olvidado conseguir, como se había propuesto las pastillas de viagra de las que estaba tan seguro de tener guardadas como en su fantasía.
En relación a las dos mujeres, puede decirse que intercambiaron algunos besos y caricias pero que el asunto no pasó a mayores, después de que tres ataques de risa incontenible tomaran el protagonismo de la velada. En todo caso, el momento fue catalogado por ambas como muy agradable.