XVI.
HAY una especie de dualidad en lo que hago que se me repite hasta la náusea. Que me carcome como larva y creo que me ha ido carcomiendo más con el tiempo.
En un principio fue sutil, como una comezón interna cerca de la columna lumbar leve y ocasional, de esas que uno sólo se percata luego de sentirla varias veces, pero que siendo aún leve, no cobra mayor importancia. Con el correr de los años la comezón fue creciendo y generando incluso ligeras muecas reflejas.
En un momento de mi vida, la comezón se hizo más fuerte. Tanto que ya fue imposible de obviar y se podría decir, que se fue transformando poco a poco en un dolor leve pero constante que por momentos recurría en episodios más intensos para después volver a su forma leve. Entonces es cuando se considera vivir con ello y adaptar la propia existencia y generar una especie de convivencia malsana y desgraciada, de esas que, el común de las personas tienden a confundir con mal humor.
Sin embargo, estuve convencido por un buen tiempo, de que podía deshacerme de ello cuando quisiera, de que me era fácil, como con cualquier vicio, cuando se autoconvence uno de tener el control. ¡Ja! Que rasgo tan propio del ser humano el de mentirse a si mismo de forma tan consciente y descarada. Ya desde el momento en que se piensa en "control" debería darse cuenta de que lo ha perdido hace tiempo y que ya no sé puede librar de él a voluntad como se creía.
Ahora me consume bajo la piel, sin que se note, pero temo que en algún tiempo no muy lejano, esta piel ya no será lo suficientemente gruesa y se dejará translucir lo descompuesto y fermentado que me encuentro por dentro.
Lo peor de todo es que sigo haciéndolo casi de manera enfermisa, como algo masoquista y en cierto modo vicioso, pero el vicio, al menos, resulta placentero, como fumar por ejemplo, fumar es delicioso cuando se adquiere como hábito. Sentir esa sensación burbujeante en la garganta con una aspiración larga y continua, para luego expulsar el humo sin apuro en una bocanada de suave y envolvente placer. Fumar es delicioso, pero nadie se atreve a decirlo. Si yo fuese fumador, tal vez si lo diría (por supuesto que no) como me gustaría mi vicio, si tan sólo fuese ese mi problema, (porque, convengamos en que es un problema desde que se sabe que es perjudicial para la salud) sería de todos modos un mal menor y me consideraría, aun con ello, un hombre afortunado. Mi vicio, en cambio me repugna, por que no me entrega nada a cambio del perjuicio que me provoca, ni placer ni satisfacción, ni nada como ganancia. Solo me corroe y sin embargo sigo haciéndolo.
Pensar por dentro en una cosa y decir de buena gana, algo completamente distinto como reflejo casi compulsivo que siempre es muy cercano a lo que el interlocutor desea escuchar. Díganme ustedes si al cabo de veinte o treinta años no les resultaría corrosivo.
Con mis seres queridos no me molesta, (a ellos les he mentido toda mi vida) supongo que el cariño justifica y apacigua mi rabia, pero ¿quien me obliga a decir o hacer cosas por quienes no siento ni el más mínimo aprecio, por quienes incluso me generan disgusto? Y en mejor medida queda justificado si yo mismo me doy cuenta que siento rabia en ello.
Podría decirse que no se decir que "no", pero es distinto a eso. No saber decir que no, puede manifestarse en mostrarse dubitativo o poco convencido ante una propuesta y al cabo de un tiempo de conocer a estos personajes (los que no saben decir que no) uno termina por aprender a exprimir ese "no" que tanto quieren decir pero que no se atreven. Hace algunos años conocí a una muchacha con la que me propase de forma grosera y con quien me di a la tarea de convencer y enseñar a ser mas firme en sus negativas hacia mi persona. En el fondo yo tenía perfectamente claro que le parecía desagradable no obstante seguía siendo condescendiente conmigo.
Lo mío es peor. Primero porque es con todo el mundo. No se trata de que sea con alguien con cierta autoridad y a quien se le permiten ciertas licencias como era el caso de la muchacha. Ella trabajaba para mí y tenía pavor a perder su empleo (soy desgraciado, lo sé) po otra parte, me sorprendo a menudo exagerando un exceso de buen ánimo. Sin duda es definitivamente es peor.
En realidad si obtengo algo a cambio, pero el hecho me repugna tanto como mi mentira, no me permito valorarlo. Preferiría incluso ser odiado, creo que sería así más honesto y me dejaría más tranquilo, sin nada que esperar de mi. Mi ganancia en cambio me hace deudor con otras personas, deudor de lo que se espera de mi, de lo que esperan que yo haga, tengo la fama maldita de tener buena voluntad, ¡por Dios! si toda esa gente me viera por dentro, si pudiera ver a través de esta piel que me cubre, cuyos granos a veces dejaron escapar parte del fermento, todo lo podrido que estoy por dentro, ya nadie pediría ni esperaría nada de mi.
No, tal vez estoy exagerando un poco, no siempre hice favores de tan mala gana. Hay personas por las que si los hice y con gusto. Bueno, también hubo otras en las que fue con interés. Celeste por ejemplo. Aún recuerdo como se acentuó la comezón y se produjo la mueca involuntaria (era mas joven en esos años ) cuando me dijeron que Abelardo había dejado recado de que quería que me contactase con él. Como si uno anduviese por la vida esperando que le llamasen personas repugnantes para devolverles el llamado. (Lo hice esa misma tarde) Hoy no tengo duda de que situaciones de ese tipo, en suma, han hecho de que la comezón se transformara en podredumbre, no tengo ninguna duda.
Abelardo es de esos tipos desagradables (ni siquiera me enternece el ejercicio mental de imaginarlo recién nacido) que abrazan cada vez que pueden, que hablan con sonoridad desmedida y sin embargo se acercan al hacerlo, tanto como para confiar el secreto más oscuro, y en los que las palabras se tropiezan unas con otras sin cuidado y se alternan para salir de su boca con gotitas de saliva que no siempre fueron tan pequeñas y que a veces estuvieron acompañadas de una burbuja de aire, seguramente tibio, que les permitió recorrer mayor distancia antes de llegar a chocar contra mi mejilla.
Por si fuera poco, además de ese modo insolente, el tipo no dijo jamás algo interesante con lo que cada esfuerzo por escucharle fue una soberana pérdida de tiempo y se refiere a mi con un diminutivo que no tengo deseo alguno de reproducir aquí, como queriendo poner de manifiesto ante los demás, alguna especie de superioridad (ignoro de que tipo) que por mucho es solo imaginaria, porque, es cierto que yo me puedo querer muy poco, sobre todo en este último tiempo, pero no podría nunca sentirme inferior a él.
Bueno lo cierto es que este imbécil, tanto o más repugnante que yo, se considera mi amigo, cree que le tengo cariño y se siente con ello en el derecho a pedirme favores.
Fue en uno de esos favores, en los que conocí a Celeste. Dios mío, cuanta belleza y sensualidad acumulada en una sola persona. Pocas veces una mujer me hizo perder de súbito la seguridad (y de paso, toda la aversión que le tenía a ese Abelardo) y volverme tan torpe y por mas que hubiese querido yo, por única vez haber, seguido atendiendo a todos sus favores, ella, asustada, supongo por mi torpeza y nerviosismo evidente, no volvió a poner un pie en mi oficina. Tal vez hoy, más maduro y resuelto (mi ironía de tanto en tanto me deja soltar alguna carcajada) habría podido ocultar mejor mi inseguridad y sin duda habría tenido opción de alguna otra ganancia a cambio de mis atenciones.
No como el caso de Eugenia, con quien yo jamás podría tener pretención alguna que no fuese de índole puramente profesional. Eugenia es madre de otra clienta, a la que tuve la mala idea de cortejar en forma infructuosa y que finalmente terminé por descartar, no por el hecho de no creer que le gustara (hasta hoy estoy convencido de haberle causado algo) sino por el hecho de que, poner en su cabeza la idea de una relación sexual aislada, implicaba un camino demasiado largo y trabajoso, que incluso conllevaría otros sacrificios como incluirme en prácticas de meditación o yoga, que jamás despertaron en mi el más mínimo interés. (La acompañe durante un mes completo) Un día hicimos una práctica privada en su casa, en la que para mi absoluto desconcierto, (en definitiva yo iba con otra idea) nos acompañó su madre (Eugenia) quien desde entonces me considera, (a pesar de que no he vuelto a ver a madame Ramakrishna) como una especie de yerno y no duda en llamarme cuando necesita de mis favores profesionales, identificándolos para colmo con mi secretaria, como "de carácter personal".
Entonces es cuando ella me llama o mucho peor, me deja el recado, para no molestar dice, y yo pienso para mí en el porqué de que esta señora me siga llamando y que deber tengo yo para con ella de resolver sus problemas y sin embargo atiendo cordial a su consulta, soluciono sus dudas, resuelvo sus imprevistos y por supuesto no le cobro por mi trabajo y le aseguro que puede llamarme de nuevo si lo necesita y en ese preciso instante provocado por mi, no hay duda de ello, siento como la podredumbre crece y me consume.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario