jueves, 7 de enero de 2016

La funa XVIII

Hacen exactos cuarenta y ocho días con veintidós horas que Naum no sabe de Teresa.

La última vez que se vieron fue semanas antes del año nuevo, ocasión en la que ambos fingieran una demora en reuniones de trabajo propias de esas fechas.

El encuentro fue en el hotel de costumbre en calle Marin,  en el centro. El lugar, que estaba lejos de ser lujoso, hubo sido elegido de común acuerdo después de recorrer varios en el sector, principalmente por que era limpio. Además él habia determinado que aquel era el que tenía la mejor relación precio calidad, considerando la variada ambientación de las habitaciones, la que a pesar de no poderse elegir,  agregaba con esto cierto juego azaroso, que resultaba dar una especie de condimento a cada  encuentro. Una vez, sin embargo,  les tocó una habitación tan desarreglada que daba como para pensar en que era más bien un tipo de ambientación con temática de pobreza. Otra de las habitaciones le agradaba especialmente, porque tenía una cama en altura con una especie de tobogán hacia un jacuzzi, (en la práctica imposible de utilizar, dado el reducido tamaño) que le recordaba a una piscina en casa de los Hadad, en donde pasó gran parte de los veranos de su niñez.  El jugueteo tambien resultaba propicio para evitar recaer en densas conversaciones sobre el destino de la relación, de la que Naum no tenía ninguna intención de llevar a otra instancia.

  Tampoco podía darse el lujo, por una cuestión de costos, de seguir frecuentando esas maraviloosas cabañitas independientes en el barrio alto, con jacuzzi y excelente servicio de hotelería, de las que hicieron uso las primeras veces. Había que dejar ese lugar reservado para ocasiones especiales y Teresa, para Naum, hacía tiempo que ya no era, en sí misma, una ocasión especial. Sus encuentros, de hecho,  se habían vuelto tan cotidianos que, él incluso había temido que esa cotidianidad se transformara en descuido y que su mujer o peor aún, Mario, terminaran por enterarse de la infidelidad de ambos.

Mario jamás ha sido del agrado de Naum. Lo considera un pedante, aburrido y dueño de una soberbia que esta muy por encima del nivel de autoestima que debiese una persona como él. Durante las veces que se han topado, nunca ha sido posible entablar alguna conversación de más de tres frases. En realidad ninguno de los dos siente tener algo en común y Naum estaría lejos de procurar resguardar sus intereses para con su mujer. Si hasta acá le preocupa que no se entere, ha  sido únicamente por una cuestión estratégica. El hecho de que Teresa tuviera una pareja estable, le protegía  de la posibles  escenas desagradables, originadas en los sentimientos de despecho y desilusión que ella experimentaba  constantemente al final de cada encuentro.

En algunas ocasiones, ella, con la firme intención de tomar el toro por las astas, le había preguntado a él, que impedimento tenían para huir juntos a donde fuese, ella estaba dispuesta a dejar todo por intentarlo. Su argumento, por lo demás muy lógico, se basaba en el razocinio de que, si él estaba ahí con ella en ese momento, era porque no podría estar tan enamorado de su mujer. Naum por su parte, si bien es cierto, no sentía estar enamorado en su relación actual, tampoco sabía si podía llegar a sentir tanto o más por Teresa y en ese escenario,  a pesar del cariño sincero que le profesaba, no valía la pena correr el riesgo por un resultado prácticamente idéntico.

Todo ese escenario cambió,  desde que Naum se percatara de la incomunicación de Teresa.

Entre sus encuentros siempre hubo un lapso de tiempo en el que él,  volvía a avivar el deseo y a buscarla. Era eso precisamente lo que más le dolía a ella, la que varias veces se reprochó el sentirse olvidada con el que Naum no la llamase al llegar a casa o al día siguiente para saber como estaba. Con ello, más que disfrutar el romance, se sentía sin derecho y en cierta forma utilizada.

En el último encuentro Teresa fue clara y musitó con voz débil, como quien no está muy seguro de lo que va a decir (...) en realidad ni el propio Naum recordaba con precisión las palabras utilizadas por Teresa en esa oportunidad,  solo logró recordar que lo dijo entre sollozos con lo que él inmediatamente adquiría un tono irritado y parco y es muy probable que precisamente por esto, no haya prestado suficiente atención a sus palabras.  Incluso en un momento y sin escuchar mucho de lo que ella tenía para decir, le aclaró que si sentía que ésta relación le hacía daño,  no era necesario ningún escándalo y que solo tenía que dejarlo hasta ahí y no darle mas vueltas al asunto. Dicho esto, miró su reloj y comenzó a vestirse para volver a casa, ya que la demora más prolongada, a su juicio, no sería creíble como excusa.

Teresa hubiera querido más que nunca, en ese momento, que el volviese hasta la cama y le dijera que tenía razón y que se pondría un plazo para terminar con su matrimonio e intentarlo con ella, (en realidad, él jamás llegó a elaborar tal idea en su cabeza) para luego huir juntos al Cairo y formar una nueva vida y tener hijos juntos. Permaneció de hecho, inmóvil los siguientes cuarenta minutos mirando fijamente la puerta por la que él había salido. Luego se levantó, se vistió entre lágrimas, tomó sus cosas y se marchó. Sobre la mesita del velador dejó olvidado un pequeño reloj de pulsera, metálico con fondo rosa y unas diminutas cuentas de circonio en lugar de las seis y las nueve, que Roberto le había regalado poco tiempo después de su primer encuentro. El hecho aunque nimio, significó para ella el quiebre definitivo y el no haberse devuelto a buscarlo le inspiró en la decisión de dejar la historia atrás para siempre.

-Melasma
-¿como dice usted?
-es un melasma, pero lo vamos a tratar con láser, seguro es por el sol

Naum ha consultado con una dermatologa por una pequeña manchita oscura en su dorso nasal. Ana Maria, la dermatologa insiste en tratarle de usted, a pesar de que tienen la misma edad y se conocen desde hace años. A ella le gusta mantener las formalidades en el trato con los pacientes varones, sobre todo con los del tipo de Roberto Naum que suelen interpretar de manera errónea los diálogos con mayor cercanía. Él esta vez, sin embargo, no miró su escote, ni se fijó tampoco en la breve extensión de la falda bajo el delantal, ni en el hecho de que si se la miraba de espaldas, con la suficiente detención, podía apreciarse el contorno de una pequeña pieza de ropa interior en encajes. Desde hace una semana, momento en el que se dio cuenta de que la incomunicación de Teresa era más bien intencionada por ella, probablemente precipitada por su última conversación, él no ha dejado de pensar en ella. Le ha escrito por correo electrónico sin respuesta, dos veces y ha pensado seriamente en ir hasta su casa, pero se ha contenido de hacerlo porque teme encontrarse con Mario y que el asunto se transforme en una de las escenas escandalosas que siempre quiso evitar. 

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