jueves, 21 de enero de 2016

La funa XIX

Ayer  Roberto decidió plantear eso de la separación a su esposa. es algo en lo que viene pensando hace ya un tiempo. No precisamente por lo de las infidelidades, él ya era infiel antes de conocerla, antes de estar juntos, antes de casarse con ella y con la anterior, lo considera y lo asume parte de sí desde mucho antes de todo este montaje social del matrimonio y jamás, aún habiendo jurado (uno jura muchas cosas que sabe que no va a cumplir, juro que mañana dejo de fumar, juro que bajare de peso, juro que dejaré de jurar en vano) que le sería fiel, en las buenas y en las malas (en las malas, cuando se anda desanimado y cabizbajo, es cuando menos se le ocurren a uno estas cosas, muy por el contrario, es en los buenos momentos cuando uno se permite estas licencias) no, lo de las infidelidades jamás le ha quitado el sueño a Roberto, es más, se ha planteado varias veces que podría enterarse fruto del azar de la infidelidad de su mujer sin que le causara mayores perturbaciones que alguna discusión en un tono un poco mas elevado que el de costumbre y un par de semanas (quizá menos) de resentimiento (solo por protocolo). 
 
Desde que Teresa no contesta sus llamadas, ni los correos, que en un principio fueron en un tono juguetón como quien todavía, domina por completo la situación y ve en esto nada mas que un berrinche pasajero, pero, que poco a poco fueron cobrando sentimentalismos y ahora han llegado, aun sin respuesta, a transformarse en lamentos de lo mas sentidos, que al propio Roberto le resulta difícil de creer mientras escribe pero que son estrictamente necesarios para recapturar la atención de Teresa y en tal caso quedan plenamente justificados, Roberto no ha dejado de plantearse cuan autentico ha sido consigo todos estos años, cuanto conoce de él mismo, cuanta realidad hay en esa imagen en el espejo que nosotros mismos creamos para agradarnos y de paso para creer que agradamos al resto.
 
Por Dios, si hasta esta expresión ya le resuena con algo de falsedad. Le bautizaron por la religión católica a los cuatro meses sin preguntarle. Lo matricularon en un colegio de curas jesuitas cuando aun no tenia muy claro si la expresión "por Dios" se componía de una o dos palabras. le hicieron hacer la primera comunión (negarse en esos años, aun de habérselo planteado, habría sido motivo suficiente para expulsarlo del colegio, con el consiguiente castigo de su padre) cuando aun no sabia muy bien cual era el significado de aquella repetitiva y a veces hasta convulsiva señal de la cruz que los católicos efectúan en el momento en el que, durante la misa, se aprestan a escuchar el evangelio, (aun no lo tiene muy claro), con lo que, llegado el momento y para ocultar su ignorancia, simulaba una sobrecogedora actitud de contrición en la que para cualquier otro oyente habría sido un acto morboso el poner mayor atención a este simbolismo.  Luego se confirmo en la fe, eso si lo hizo en pleno conocimiento y conciencia, pero habría sido una herejía, no para la religión católica sino para con su juventud, el haberse perdido aquellas reuniones que llamaban retiros espirituales que mas bien bebiesen haberse llamado "encuentros de amor libre", en donde, dicho sea de paso, perdió su virginidad, se emborrachó por primera vez (en las anteriores solo había estado levemente mareado aunque haya simulado estar completamente ebrio) y estuvo a punto de hacer un trio con dos jovencitas de su grupo bastante bien parecidas. Después de todo eso, se decía por esos años, como no iba a confirmarse.
 
Ahora le tocaba enseñar a su pequeña, todas las maravillas de la creación (matriculó a su hija menor en un colegio de monjas, por la buena educación dice y después de una extendida negociación con su esposa, a quien no le parecía justo tener que llevarse por completo la tarea de ayudar a estudiar a la pequeña mientras ésta se formaba, como es propio en los pequeños, durante sus primeros años, los hábitos de estudio, accedió finalmente a ayudar en el, cuando estos hicieran referencia a las asignaturas de  religión y medio ambiente, como se le llamaba ahora a la antigua enseñanza de ciencias naturales y biología) y ya le parecía a él mismo sonar en un tono poco convencido. El cielo, la naturaleza, los astros, el cuerpo, tan perfectas creaciones que no podría pensarse que fueron solo obra de azar o de la química, habría de haber entonces, indiscutiblemente un ser superior a quien atribuirle toda esa creatividad e inteligencia, que tendría que ser por cierto divino y además de creativo e inteligente, completamente bueno y piadoso, y mientras repetía estas palabras a su pequeña que lo escuchaba asombrada, algo murmuraba dentro de sí como queriendo resquebrajar todo ese castillo de cristal que él construía con esas verdades incuestionables. ¿Acaso no reprodujo el hombre cada milagro bíblico descrito del que se tenga conocimiento?, se decía, ¿acaso no separó aguas construyendo represas? ¿acaso no resucito a otros en los hospitales? ¿acaso no salvo de la muerte a modo de vida eterna? (la expectativa de vida de los años en los que se escribió el evangelio estaba muy por debajo de la mitad de lo que se vive hoy, con lo que bien podrían considerarse ochenta años como vida eterna)  ¿acaso no creo para algunos y solo para algunos, tal como presagiaban las escrituras, verdaderos paraísos llenos de goces para el alma? ¿y que son sino las mansiones y las casas de retiro de los mas adinerados de este mundo? y por otro lado, pensaba, ¿donde estaba ese Dios piadoso e infinitamente justo, para avisarles por ejemplo a los mismísimos sacerdotes que no era necesario ir contra  la propia naturaleza si a cambio habrían de cometer atrocidades tanto peores? ¿para avisarles a esos degenerados creyentes que no era preciso mutilar sus cuerpos para agradar de esa manera a Dios a cambio de haber sanado a algún hijo de alguna enfermedad terrible?, o peor aun, ¿donde estuvo ese Dios justo, para amainar espíritus sangrientos sedientos de tortura y de muerte en innumerables hechos de violencia y en donde, no solo hubo injusticia sino que fue la protagonista de todos estos hechos que bien conocemos?.
 
Que había para enseñarle a esa pequeña de la vida sino puras contradicciones, que se le iba a poder enseñar a esa pequeña alma inocente llena de bondad verdaderamente justa y no como la nuestra, pensaba, adulta y contaminada con intereses de poder, ¿no era mas lógico que nosotros aprendiésemos de ella? una de las pocas y pequeñas cosas de las que Naum disfrutaba en plenitud era conversar con su hija, se veía atraído entonces por un discurso cristalino, simple, sin segundas interpretaciones, sin segundas intenciones, discurso que como se sabrá, solo puede tener un niño de corta edad y en el que él mismo se veía reflejado dado el estrecho parentesco.
 
El resto del tiempo, incluso desnudo  frente al espejo, se desconocía, no se encontraba por ninguna parte, todo en él, en su mundo le parecía familiarmente desconocido y pensó exactamente, si hoy mismo se me presentase con alguien y tuviese que hablar de mí, no sabría en absoluto que decir. En efecto, había tantas cosas que el propio Naum hacía lisa y llanamente por las apariencias y otras tantas por agradar a su mujer y algunas, las menos, de las que ya ni siquiera recordaba bien el como se habían originado, pero de las que tenia perfectamente claro que no había sido a partir de su gusto personal. El ir a misa por ejemplo, tal vez una cuestión de tradición familiar, de su familia o de la de su esposa, había que ir porque era costumbre, porque era el deber de católico confirmado, porque como le hubo escuchado a un párroco en su juventud, Dios nos regalaba ciento sesenta y ocho horas a la semana, como no dedicarle una sola de ellas, un argumento excelente sin duda, bajo esta perspectiva, se veía tentado incluso a sentirse en deuda con el altísimo y se entiende de esta manera como almas mas agradecidas que la de uno, asisten más de una vez por semana y aun haciendo el cálculo, que seguro es que lo hacen, se quedaría en deuda. Para su fuero interno, como siempre tan distinto al externo, al que todos ven, Naum solía pensar, que cuestión tan insulsa y desagradable ésta de ir a escuchar ecos ininteligibles (suele ubicarse junto a su familia, al final del ala lateral izquierda, donde, por una cuestión de principios físicos, resulta particularmente difícil entender cuando otra persona habla usando altavoces que están colocados en pilares alternados a ambos lados del cuerpo central de la construcción, error, se debe pensar, de alguien de poca pericia en temas de acústica de espacios)  Y aun cuando entendiese, tampoco estaba tan de acuerdo con las ideas allí expresadas, jamás las considero como una guía espiritual y eso que dicen de alimento para el alma, muy por el contrario, su alma, si es que en verdad la había, terminaba envenenándose cuanto mas ponía atención, no al relato que como ya hemos dicho requería de mucha concentración, sino al resto de los fieles, personas que por tener su conciencia manchada, sentían la necesidad de expiar sus culpas a través de ese pequeño sacrificio, que deben ser muy pocos quienes lo hacen enteramente por gratitud, el mismo por ejemplo, que en alguna oportunidad se había sentido culpable de haber sido indolente con uno de sus empleados, por no ser su trabajo de su completo agrado ni la altura de sus respuestas la deseada para el cargo y que había negado sistemáticamente permisos y aumentos y que luego, arrepentido por lo que consideró en su momento una injusticia cometida por el mismo, hubo asistido esa semana dos veces a misa, en la que no se ubico donde siempre sino adelante en primera fila, en la que cantó con fervor cada uno de los cánticos allí pronunciados y en la que dio una ofrenda exageradamente generosa, tanto que el mismo fiel que las recogía le miró con extrañeza y que con esto, sintió saldada su deuda, como con esa idea de haber compensado su mal al universo a través de una buena acción, que la verdad y para ser exactos, si se descontextualiza, resultaría, a cualquiera, hilarante ya que su ex-empleado, no supo, ni sabrá nunca de estas "buenas acciones" ni esta compensación al universo llegará de algún modo a devolverle la dignidad o el trabajo.   
 
Estas y otras contradicciones, quizá de menor importancia son las que transcurren por la cabeza de Roberto Naum en este último tiempo y son las que lo han llevado a plantearse la necesidad de un cambio fundamental en su vida, de buscarse, de dejar de moverse con la masa o peor aun, de ser lo que la masa quisiera o incluso, creer que se es algo, no estar conforme con ello y encima estar tan equivocado como cuando uno se mira al espejo y ve algo que no es.  
 
 

jueves, 7 de enero de 2016

La funa XVIII

Hacen exactos cuarenta y ocho días con veintidós horas que Naum no sabe de Teresa.

La última vez que se vieron fue semanas antes del año nuevo, ocasión en la que ambos fingieran una demora en reuniones de trabajo propias de esas fechas.

El encuentro fue en el hotel de costumbre en calle Marin,  en el centro. El lugar, que estaba lejos de ser lujoso, hubo sido elegido de común acuerdo después de recorrer varios en el sector, principalmente por que era limpio. Además él habia determinado que aquel era el que tenía la mejor relación precio calidad, considerando la variada ambientación de las habitaciones, la que a pesar de no poderse elegir,  agregaba con esto cierto juego azaroso, que resultaba dar una especie de condimento a cada  encuentro. Una vez, sin embargo,  les tocó una habitación tan desarreglada que daba como para pensar en que era más bien un tipo de ambientación con temática de pobreza. Otra de las habitaciones le agradaba especialmente, porque tenía una cama en altura con una especie de tobogán hacia un jacuzzi, (en la práctica imposible de utilizar, dado el reducido tamaño) que le recordaba a una piscina en casa de los Hadad, en donde pasó gran parte de los veranos de su niñez.  El jugueteo tambien resultaba propicio para evitar recaer en densas conversaciones sobre el destino de la relación, de la que Naum no tenía ninguna intención de llevar a otra instancia.

  Tampoco podía darse el lujo, por una cuestión de costos, de seguir frecuentando esas maraviloosas cabañitas independientes en el barrio alto, con jacuzzi y excelente servicio de hotelería, de las que hicieron uso las primeras veces. Había que dejar ese lugar reservado para ocasiones especiales y Teresa, para Naum, hacía tiempo que ya no era, en sí misma, una ocasión especial. Sus encuentros, de hecho,  se habían vuelto tan cotidianos que, él incluso había temido que esa cotidianidad se transformara en descuido y que su mujer o peor aún, Mario, terminaran por enterarse de la infidelidad de ambos.

Mario jamás ha sido del agrado de Naum. Lo considera un pedante, aburrido y dueño de una soberbia que esta muy por encima del nivel de autoestima que debiese una persona como él. Durante las veces que se han topado, nunca ha sido posible entablar alguna conversación de más de tres frases. En realidad ninguno de los dos siente tener algo en común y Naum estaría lejos de procurar resguardar sus intereses para con su mujer. Si hasta acá le preocupa que no se entere, ha  sido únicamente por una cuestión estratégica. El hecho de que Teresa tuviera una pareja estable, le protegía  de la posibles  escenas desagradables, originadas en los sentimientos de despecho y desilusión que ella experimentaba  constantemente al final de cada encuentro.

En algunas ocasiones, ella, con la firme intención de tomar el toro por las astas, le había preguntado a él, que impedimento tenían para huir juntos a donde fuese, ella estaba dispuesta a dejar todo por intentarlo. Su argumento, por lo demás muy lógico, se basaba en el razocinio de que, si él estaba ahí con ella en ese momento, era porque no podría estar tan enamorado de su mujer. Naum por su parte, si bien es cierto, no sentía estar enamorado en su relación actual, tampoco sabía si podía llegar a sentir tanto o más por Teresa y en ese escenario,  a pesar del cariño sincero que le profesaba, no valía la pena correr el riesgo por un resultado prácticamente idéntico.

Todo ese escenario cambió,  desde que Naum se percatara de la incomunicación de Teresa.

Entre sus encuentros siempre hubo un lapso de tiempo en el que él,  volvía a avivar el deseo y a buscarla. Era eso precisamente lo que más le dolía a ella, la que varias veces se reprochó el sentirse olvidada con el que Naum no la llamase al llegar a casa o al día siguiente para saber como estaba. Con ello, más que disfrutar el romance, se sentía sin derecho y en cierta forma utilizada.

En el último encuentro Teresa fue clara y musitó con voz débil, como quien no está muy seguro de lo que va a decir (...) en realidad ni el propio Naum recordaba con precisión las palabras utilizadas por Teresa en esa oportunidad,  solo logró recordar que lo dijo entre sollozos con lo que él inmediatamente adquiría un tono irritado y parco y es muy probable que precisamente por esto, no haya prestado suficiente atención a sus palabras.  Incluso en un momento y sin escuchar mucho de lo que ella tenía para decir, le aclaró que si sentía que ésta relación le hacía daño,  no era necesario ningún escándalo y que solo tenía que dejarlo hasta ahí y no darle mas vueltas al asunto. Dicho esto, miró su reloj y comenzó a vestirse para volver a casa, ya que la demora más prolongada, a su juicio, no sería creíble como excusa.

Teresa hubiera querido más que nunca, en ese momento, que el volviese hasta la cama y le dijera que tenía razón y que se pondría un plazo para terminar con su matrimonio e intentarlo con ella, (en realidad, él jamás llegó a elaborar tal idea en su cabeza) para luego huir juntos al Cairo y formar una nueva vida y tener hijos juntos. Permaneció de hecho, inmóvil los siguientes cuarenta minutos mirando fijamente la puerta por la que él había salido. Luego se levantó, se vistió entre lágrimas, tomó sus cosas y se marchó. Sobre la mesita del velador dejó olvidado un pequeño reloj de pulsera, metálico con fondo rosa y unas diminutas cuentas de circonio en lugar de las seis y las nueve, que Roberto le había regalado poco tiempo después de su primer encuentro. El hecho aunque nimio, significó para ella el quiebre definitivo y el no haberse devuelto a buscarlo le inspiró en la decisión de dejar la historia atrás para siempre.

-Melasma
-¿como dice usted?
-es un melasma, pero lo vamos a tratar con láser, seguro es por el sol

Naum ha consultado con una dermatologa por una pequeña manchita oscura en su dorso nasal. Ana Maria, la dermatologa insiste en tratarle de usted, a pesar de que tienen la misma edad y se conocen desde hace años. A ella le gusta mantener las formalidades en el trato con los pacientes varones, sobre todo con los del tipo de Roberto Naum que suelen interpretar de manera errónea los diálogos con mayor cercanía. Él esta vez, sin embargo, no miró su escote, ni se fijó tampoco en la breve extensión de la falda bajo el delantal, ni en el hecho de que si se la miraba de espaldas, con la suficiente detención, podía apreciarse el contorno de una pequeña pieza de ropa interior en encajes. Desde hace una semana, momento en el que se dio cuenta de que la incomunicación de Teresa era más bien intencionada por ella, probablemente precipitada por su última conversación, él no ha dejado de pensar en ella. Le ha escrito por correo electrónico sin respuesta, dos veces y ha pensado seriamente en ir hasta su casa, pero se ha contenido de hacerlo porque teme encontrarse con Mario y que el asunto se transforme en una de las escenas escandalosas que siempre quiso evitar. 

miércoles, 6 de enero de 2016

La funa XVII

No soy ningun homofobico. Ya la palabra misma me parece deleznable y prejuiciosa y yo no prejuzgo a nadie que tenga intereses sexuales distintos de los míos, los que escasamente podría llegar a  ingerir de una entrevista personal, a menos, claro, que se haga directamente la pregunta, la que, aún cuando necesitara hacerla, la evitaría por todos los medios por el riesgo de que fuese interpretada como sugerente.

La verdad es que no conozco, ni me interesa conocer  acerca de  las inclinaciones sexuales de mis empleados. La señora Juanita, por ejemplo, podría gustar de tener sexo con animales y ninguno de nosotros habría de sospecharlo.  Nada habría entonces de hacerme sospechar de que los razgos femeninos en el modo de Eduardo o el tono alto de su voz o la vestimenta ajustada o el hecho de que use maquillaje sólo perceptible a un ojo entrenado (yo lo escuché de otras personas) o el que siente cruzando las piernas y ponga ambas manos sobre sus rodillas o el que se muerda el labio mientras se mira al espejo que está en el baño (esto sólo lo imaginé, jamás he entrado al baño con él), no, nada de eso puede ni podrá hacerme sospechar de que le gustan los hombres y si le gustan, a mi me trae sin cuidado (evito mirarle a los ojos cuando conversamos, sólo por precaución), a menos claro en el hecho de que le gustase yo (es egocéntrico,  lo sé) y aún así, no estaría obligado a corresponderle, por supuesto que no, porque a mi me gustan las mujeres y me gustan mucho, eso lo tengo muy claro.

Se le trata como a cualquier otro empleado, (jamás le he negado un permiso por el terror a que se sienta discriminado) se le habla como a cualquier otro (delante de él, evito las palabras: grande, duro, parado, o cualquier otra que pudiera interpretarse como alusiva al miembro viril masculino) simplemente,  es uno más del equipo (cuando tengo que entablar conversaciones con él,  lo hago engrosando la voz, exagero ademanes toscos e incluyo gestos como golpes en la espalda o apretones de mano exageradamente fuertes como señas de mi masculinidad) 

Eduardo es hijo no sanguíneo de la señora Juanita. El año pasado quedó cesante producto de que a su jefe anterior le pareció imposible lidiar con los rumores sobre su homosexualidad. Apenas nos contó durante un desayuno, con Carla comentamos lo poco evolucionado y prejuicioso del criterio del desgraciado de su jefe anterior, que seguramente era un ser reprimido y lleno de contradicciones y nos pareció que debíamos tomar las cartas en el asunto. Entablamos una querella criminal por discriminación pero el quinto juzgado de Puente Alto desestimó los cargos por falta de pruebas y no tuve más opción que ofrecerle trabajo y así es como lleva ya casi un año trabajando con nosotros.

martes, 5 de enero de 2016

La funa XVI

XVI.

HAY una especie de dualidad en lo que hago que se me repite hasta la náusea. Que me carcome como larva y creo que me ha ido carcomiendo más con el tiempo.

En un principio fue sutil, como una comezón interna cerca de la columna lumbar leve y ocasional, de esas que uno sólo se percata luego de sentirla varias veces, pero que siendo aún leve, no cobra mayor importancia. Con el correr de los años la comezón fue creciendo y generando incluso ligeras muecas reflejas.

En un momento de mi vida, la comezón se hizo más fuerte. Tanto que ya fue imposible de obviar y se podría decir, que se fue  transformando poco a poco en un dolor leve pero constante que por momentos recurría en episodios más intensos para después volver a su forma leve. Entonces es cuando se considera vivir con ello y adaptar la propia existencia y generar una especie de convivencia malsana y desgraciada, de esas que, el común de las personas tienden a confundir con mal humor. 

Sin embargo, estuve convencido por un buen tiempo, de que podía deshacerme de ello cuando quisiera, de que me era fácil, como con cualquier vicio, cuando se autoconvence uno de tener el control. ¡Ja! Que rasgo tan propio del ser humano el de mentirse a si mismo de forma tan consciente y descarada. Ya desde el momento en que se piensa en "control" debería darse cuenta de que lo ha perdido hace tiempo y que ya no sé puede librar de él a voluntad como se creía.

Ahora me consume bajo la piel, sin que se note, pero temo que en algún tiempo no muy lejano, esta piel ya no será lo suficientemente gruesa y se dejará translucir lo descompuesto y fermentado que me encuentro por dentro.

Lo peor de todo es que sigo haciéndolo casi de manera enfermisa, como algo masoquista y en cierto modo vicioso,  pero el vicio, al menos, resulta placentero, como fumar por ejemplo, fumar es delicioso cuando se adquiere como hábito. Sentir esa sensación burbujeante en la garganta con una aspiración larga y continua,  para luego expulsar el humo sin apuro en una bocanada de suave y envolvente placer. Fumar es delicioso, pero nadie se atreve a decirlo. Si yo fuese fumador, tal vez si lo diría (por supuesto que no) como me gustaría mi vicio, si tan sólo fuese ese mi problema, (porque, convengamos en que es un problema desde que se sabe que es perjudicial para la salud) sería de todos modos un mal menor y me consideraría, aun con ello, un hombre afortunado. Mi vicio, en cambio me repugna, por que no me entrega nada a cambio del perjuicio que me provoca, ni placer ni satisfacción, ni nada como ganancia. Solo me corroe y sin embargo sigo haciéndolo.

Pensar por dentro en una cosa y decir de buena gana, algo completamente distinto como reflejo casi  compulsivo que siempre es muy cercano a lo que el interlocutor desea escuchar. Díganme ustedes si al cabo de veinte o treinta años no les resultaría corrosivo.

Con mis seres queridos no me molesta, (a ellos les he mentido toda mi vida) supongo que el cariño justifica y apacigua mi rabia, pero ¿quien me obliga a decir o hacer cosas por quienes no siento ni el más mínimo aprecio, por quienes incluso me generan disgusto? Y en mejor medida queda justificado si yo mismo me doy cuenta que siento rabia en ello.

Podría decirse que no se decir que "no", pero es distinto a eso. No saber decir que no, puede manifestarse en mostrarse dubitativo o poco convencido ante una propuesta y al cabo de un tiempo de conocer a estos personajes (los que no saben decir que no) uno termina por aprender a exprimir ese "no" que tanto quieren decir pero que no se atreven. Hace algunos años conocí a una muchacha con la que me propase de forma grosera y con quien me di a la tarea de convencer y enseñar a ser mas firme en sus negativas hacia mi persona. En el fondo yo tenía perfectamente claro que le parecía desagradable no obstante seguía siendo condescendiente conmigo.

Lo mío es peor. Primero porque es con todo el mundo. No se trata de que sea con alguien con cierta autoridad y a quien se le permiten ciertas licencias como era el caso de la muchacha. Ella trabajaba para mí y tenía pavor a perder su empleo (soy desgraciado, lo sé) po otra parte, me sorprendo a menudo  exagerando un exceso de buen ánimo. Sin duda es definitivamente es peor.

En realidad si obtengo algo a cambio, pero el hecho me repugna tanto como mi mentira, no me permito valorarlo. Preferiría incluso ser odiado, creo que sería así más honesto y me dejaría más tranquilo, sin nada que esperar de mi. Mi ganancia en cambio me hace deudor con otras personas, deudor de lo que se espera de mi, de lo que esperan que yo haga, tengo la fama maldita de tener buena voluntad, ¡por Dios! si toda esa gente me viera por dentro, si pudiera ver a través de esta piel que me cubre, cuyos granos a veces dejaron escapar parte del fermento, todo lo podrido que estoy por dentro, ya nadie pediría ni esperaría nada de mi.

No,  tal vez estoy exagerando un poco, no siempre hice favores de tan mala gana. Hay personas por las que si los hice y con gusto. Bueno, también hubo otras en las que fue con interés. Celeste por ejemplo. Aún recuerdo como se acentuó la comezón y se produjo la mueca involuntaria (era mas joven en esos años ) cuando me dijeron que Abelardo había dejado recado de que quería que me contactase con él. Como si uno anduviese por la vida esperando que le llamasen personas repugnantes para devolverles el llamado. (Lo hice esa misma tarde)  Hoy no tengo duda de que situaciones de ese tipo, en suma, han hecho de que la comezón se transformara en podredumbre, no tengo ninguna duda.

Abelardo es de esos tipos desagradables (ni siquiera me enternece el ejercicio mental de imaginarlo recién nacido) que abrazan cada vez que pueden, que hablan con sonoridad desmedida y sin embargo se acercan al hacerlo, tanto como para confiar el secreto más oscuro, y en los que las palabras se tropiezan unas con otras sin cuidado y se alternan para salir de su boca con gotitas de saliva que no siempre fueron tan pequeñas y que a veces estuvieron acompañadas de una burbuja de aire, seguramente tibio, que les permitió recorrer mayor distancia antes de llegar a chocar contra mi mejilla.

Por si fuera poco, además de ese modo insolente, el tipo no dijo jamás algo interesante con lo que cada esfuerzo por escucharle fue una soberana pérdida de tiempo y se refiere a mi con un diminutivo que no tengo deseo alguno de reproducir aquí, como queriendo poner de manifiesto ante los demás, alguna especie de superioridad (ignoro de que tipo) que por mucho es solo imaginaria, porque, es cierto que yo me puedo querer muy poco, sobre todo en este último tiempo, pero no podría nunca sentirme inferior a él.

Bueno lo cierto es que este imbécil,  tanto o más repugnante que yo, se considera mi amigo, cree que le tengo cariño y se siente con ello en el derecho a pedirme favores.

Fue en uno de esos favores, en los que conocí a Celeste. Dios mío, cuanta belleza y sensualidad acumulada en una sola persona. Pocas veces una mujer me hizo perder de súbito la seguridad  (y de paso, toda la aversión que le tenía a ese Abelardo) y volverme tan torpe y por mas que hubiese querido yo, por única vez haber, seguido atendiendo a todos sus favores,  ella, asustada, supongo por mi torpeza y nerviosismo evidente, no volvió a poner un pie en mi oficina. Tal vez hoy, más maduro y resuelto (mi ironía de tanto en tanto me deja soltar alguna carcajada) habría podido ocultar mejor mi inseguridad y sin duda habría tenido opción de alguna otra ganancia a cambio de mis atenciones.

No como el caso de Eugenia, con quien yo jamás podría tener pretención alguna que no fuese de índole puramente profesional. Eugenia es madre de otra clienta, a la que tuve la mala idea de cortejar en forma infructuosa y que finalmente terminé por descartar, no por el hecho de no creer que le gustara (hasta hoy estoy convencido de haberle causado algo) sino por el hecho de que, poner en su cabeza la idea de una relación sexual aislada, implicaba un camino demasiado largo y trabajoso, que incluso conllevaría otros sacrificios como incluirme en prácticas de meditación o yoga, que jamás despertaron en mi el más mínimo interés. (La acompañe durante un mes completo) Un día hicimos una práctica privada en su casa, en la que para mi absoluto desconcierto,  (en definitiva yo iba con otra idea)  nos acompañó su madre (Eugenia) quien desde entonces me considera, (a pesar de que no he vuelto a ver a madame Ramakrishna) como una especie de yerno y no duda en llamarme cuando necesita de mis favores profesionales, identificándolos para colmo con mi secretaria, como "de carácter personal".

Entonces es cuando ella me llama o mucho peor, me deja el recado, para no molestar dice, y yo pienso para mí en el porqué de que esta señora me siga llamando y que deber tengo yo para con ella de resolver sus problemas y sin embargo atiendo cordial a su consulta, soluciono sus dudas, resuelvo sus imprevistos y por supuesto no le cobro por mi trabajo y le aseguro que puede llamarme de nuevo si lo necesita y en ese preciso instante provocado por mi, no hay duda de ello, siento como la podredumbre crece y me consume.

sábado, 2 de enero de 2016

Crítica "La Conspiración del Silencio"

Haría falta olvidar todo lo que se conoce de Auschwitz, como para entender desde un principio la propuesta del director italiano Giulio Ricciarelli en su cinta "La Conspiración del Silencio".

Aún cuando esto se logra en cierto momento gracias al buen trabajo de ambientación que transportan al espectador a la alemania de la década del 60, el guión  recae continuamente en lo predecible y deja la sensación de una historia demasiado bien contada y de esperar un hecho inesperado que finalmente acaba por no ocurrir. Con lo anterior, el filme, a pesar de contar con excelentes actuaciones, como la de Alexander Fehling,  Andre Szymanski o  Johann von Buelow, se presenta como una historia  perfectamente bien sincronizada que, por lo mismo, no sorprende excesivamente.

La distancia se acrecenta producto del rol del actor Tim Williams que interpreta al Mayor Parker,  un militar estadounidense y que termina por acercarla peligrosamente a un típico producto del hollywood tradicional, que no es precisamente lo que se espera ver en una cinta alemana de la época post holocausto. 

La funa XV.

XV.

LA historia del trío de Naum no resultó como se estará pensando, de hecho tampoco fue como él la habría imaginado.

Finalmente logró decírselo a su mujer,  pero, para resumir la historia, el hecho le constó diez sesiones de terapia de pareja (de las que sólo fueron a siete, eso luego de que Naum insinuara a su mujer, o ella creyera haber interpretado ciertas insinuaciones de él hacia la psicóloga) y un viaje a Punta Cana por cuatro días (sugerencia de la misma Andrea, la psicóloga, para reforzar el romance)

La mujer de Naum aceptó,  con unas copas demás, proponer lo del trío a Angela, y esta a su vez, acepto la aventura sugiriendo para ello incluir algo de mariguana en el asunto, que él logró conseguir con una de sus amistades de  juventud que tenían con mayor cercanía  al tema.

No vale la pena transcribir aquí todo lo que pasó por la mente de Naum esa noche bajo el efecto psicodepresor del narcótico. Solo se dirá que fue equivalente a ojear sin detenerse una revista Caras en su edición aniversario. De lo anterior se deduce que tampoco será necesario aclarar que no ocurrió nada de índole sexual, al menos que lo incluyera a él.

También influyó el hecho de que Naum, después de levantarse tambaleante hasta el baño, todo menos seguro de si mismo, y de que no escuchara el piropo que tantas veces se había repetido mentalmente, tampoco entendiera muy bien en que momento habría olvidado conseguir, como se había propuesto las pastillas de viagra de las que estaba tan seguro de tener guardadas como en su fantasía.

En relación a las dos mujeres, puede decirse que intercambiaron algunos  besos y caricias pero que el asunto no pasó a mayores, después de que tres ataques de risa incontenible tomaran el protagonismo de la velada. En todo caso, el momento fue catalogado por ambas como muy agradable.